Reflexiones...

"¿Unción o humildad?"
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y conceptos de
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para la edificación
del Cuerpo de Cristo...
A través de la declaración de propósito, el Ministerio Generación en Conquista sintetiza de manera sencilla la intención y el plan de Dios para el mundo.

Cuando Jesús les enseñó a sus discípulos a orar: “...Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10), condensó en una sola frase aquello que debe ocurrir sobre la tierra de forma permanente.

Jesucristo es el Rey del Reino (ver Juan 18:36, Colosenses 1:13), por lo tanto fue la primera persona que lo trajo al mundo de manera palpable. Fue Jesús mismo quien durante el ministerio de Juan el Bautista declaró: “La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él” (Lucas 16:16). Estas palabras no sólo manifiestan que el Reino de los cielos es anunciado, sino también que el propósito de Dios es que los seres humanos entren en él para vivirlo y extenderlo sobre la tierra.

Jesús, había sido enviado por el Padre para ser el iniciador del Reino en el mundo, pero luego Él delegaría esta encomienda a los suyos para que la prosiguieran. Siendo consciente de esta realidad, antes de su muerte oró al Padre: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:18). Esta declaración dicha por Jesús en oración antes de su muerte, se transformó posteriormente en un envío apostólico cuando Él se presentó a los suyos por primera vez después de resucitar, y les dijo: “...Del mismo modo que el Padre me envió, también yo os envío a vosotros” (Juan 20:21, Versión Castilian).

La importancia del Reino es tan relevante, que el único tema que el Cristo resucitado compartió durante cuarenta días con sus apóstoles, fue el Reino de Dios (ver Hechos 1:3). Es evidente que para Jesucristo era fundamental que sus apóstoles recibieran esta enseñanza, de manera que la Iglesia diera cumplimiento a lo expresado en Mateo 6:10: Que el Reino de los cielos y la voluntad de Dios se establezcan y manifiesten en la tierra con la misma potencia que lo hacen en el cielo.

El primer paso para que el Reino se haga real en la tierra, es que el gobierno absoluto y total de Jesucristo esté sobre todo aquel que ha sido hecho un hijo de Dios. Cuando una persona se rinde al Espíritu Santo, el gobierno de Cristo se hace real en ella y entonces el Reino de los cielos no tiene impedimentos para hacerse tangible. De la misma manera el Reino de los cielos se hará tangible sobre la Iglesia cuando todos sus miembros vivan absolutamente gobernados por Jesucristo. Sólo así, la influencia del Reino a través de la Iglesia, producirá cambios sustanciales en la sociedad.

Todo lo expresado hasta aquí evidencia que la Iglesia, es el instrumento de Dios para continuar con el desarrollo del propósito que Jesucristo inició cuando vino al mundo. Por lo tanto, que el Reino de Dios sea establecido en la tierra a través de la Iglesia, es el propósito revelado por el Señor en las Escrituras y no un deseo de la voluntad humana.

Somos plenamente conscientes de que el diablo “...opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2b), que “...el mundo entero está bajo el maligno” (1ª Juan 5:19b), y que “...En el postrer tiempo habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos” (Judas 1:18b). Por lo tanto, al hablar de que el Reino de Dios produzca cambios sustanciales en la tierra, no nos estamos refiriendo a cambios absolutos y totales que erradiquen las tinieblas y sus obras, lo cual ocurrirá en el Reino milenial de Jesucristo.

No obstante, el cuadro negativo que acabamos de presentar, no tiene el poder de anular lo que ha sido hecho por el Señor en aquellos que estamos en Cristo, y hemos sido librados “...del presente siglo malo...” (Gálatas 1:4b), porque “...mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo” (1ª Juan 4:4b) sabiendo que a “...todo aquel que ha nacido de Dios,... el maligno no le toca” (1ª Juan 5:18).

Con fundamento en estas verdades de la Palabra, afirmamos de manera categórica que el propósito original de Dios sigue vigente, y que la encomienda dada a la Iglesia de manifestar y establecer el Reino de Dios en la tierra, debe continuar hasta la Segunda Venida de Jesucristo por los suyos. Con base en estos principios, lo expresado por el Ministerio como declaración de propósito, no es una idea engendrada en el corazón de aquellos que formamos parte del mismo.

Haciendo una reflexión sincera, genuina y consciente de todo lo analizado a la luz de la Palabra, podemos concluir en que la Iglesia está en el mundo, para establecer y extender el Reino de Dios. Este objetivo divino es estorbado y abortado cuando la encomienda se “mezcla” con intereses humanos que buscan hacer crecer ministerios, organizaciones, instituciones, o denominaciones, creyendo erróneamente que se está trabajando para Cristo y su Reino.  

Siendo congruentes con esta convicción espiritual, el Ministerio Apostólico-Profético Generación en Conquista no busca perpetuar su nombre, sino que trabaja para que la Iglesia cumpla el propósito que Dios le ha encomendado. El nombre concedido por el Espíritu Santo a este Ministerio, resume en una frase el llamado del Señor a sus integrantes:

Formar y capacitar a los miembros de la Iglesia
para que a través de su ejemplo de vida
y el poder del evangelio que anuncian,
se multipliquen los discípulos de Jesucristo
.
Deseamos hacer notar que no hemos utilizado el término “visión” para definir la declaración de propósito. La palabra “visión” es empleada habitualmente por empresas o instituciones, para dar a conocer el objetivo primordial de su labor. Sin embargo, no tiene este significado en la Palabra de Dios. Cuando la Biblia hace referencia a una visión, describe todo aquello que una persona ve y recibe de parte del Señor, a través de sueños, éxtasis u otras manifestaciones.

Utilizamos la palabra “propósito”, porque ella describe la intención original para la que alguien o algo ha sido creado. Este principio nos permite comprender el plan original de Dios para con la Iglesia: Establecer el Reino de Dios en la tierra.

Debido a que la idea cultural y empresarial de tener una “visión propia” ha permeado en la Iglesia y se ha arraigado en el seno de la cristiandad, cada iglesia local o ministerio procuran elaborar una visión que los identifique, la cual se suele apoyar en un exagerado énfasis de ciertas verdades bíblicas. Como resultado de esta realidad, surge la muy usada expresión: “Esta es nuestra visión y estamos trabajando en ella”.

La Palabra no provee ningún sustento para que cada iglesia local o ministerio posean una “visión particular”. En cierta medida, esa práctica incorrecta ha sido la consecuencia de que las funciones apostólicas y proféticas estuvieron ausentes en la mayor parte de la historia de la Iglesia.

Al mirar detenidamente las cartas apostólicas no se detectan “visiones particulares” ni tampoco “propósitos particulares” de cada ministro o iglesia local; es decir, no existían “visiones o propósitos” diferentes entre las iglesias de Corinto, de Éfeso o de Colosas. La razón fundamental era que todas ellas, al estar bajo el gobierno y la dirección de apóstoles y profetas, tenían la revelación del único propósito establecido por Dios, y estaban unificadas para llevarlo a cabo. Es por ello que no se observa que los apóstoles escribieran sus cartas, teniendo que respetar alguna “visión o propósito particular”, sino enseñando todo el consejo de Dios sin distinción. Habiendo comprobado que el propósito del Señor para toda su Iglesia en el mundo es el mismo, cada iglesia local debe llevarlo a cabo por la guía del Espíritu Santo en el lugar donde desarrolla su labor y la comunidad dentro de la cual se encuentra.

Al hablar de que la Iglesia de Jesucristo establezca el Reino de Dios para transformar al mundo, hacemos referencia a:

• El reconocimiento y la sujeción de la Iglesia al gobierno diseñado por Dios y constituido por Jesucristo a través de los cinco ministerios, para que el Cuerpo de Cristo sea capaz de transmitir el verdadero evangelio del Reino de Dios, tal como lo predicaron Jesús y los apóstoles (ver Mateo 24:14, Marcos 1:14-15, Lucas 9:23, 1ª Corintios 15:1-2, Colosenses 1:5).

• Que el Reino de Dios, invisible y espiritual, se haga visible y práctico por medio de la Iglesia (ver Mateo 6:10).

• Que cada hijo de Dios, y la Iglesia misma, son portadores del Reino de Dios y su gobierno, de lo que se deduce que donde está la Iglesia, está el Reino de Dios manifestado (ver Lucas 12:32, 1ª Tesalonicenses 1:4-10).

• La presencia de la Iglesia en cada estrato de la sociedad, ejerciendo una influencia de autoridad espiritual que provoque cambios sustanciales (ver Hechos 13:6-12; 16:16-18; 25-34; 28:7-10).

• Un testimonio poderoso de cada cristiano al expresar y anunciar el Reino de Dios y su evangelio a través de su vida y sus palabras con señales, prodigios y milagros (ver Romanos 15:18-19, 1ª Corintios 2:3-5; 4:20).

• La predicación del Reino de Dios en su pureza original, libre de toda contaminación de pensamiento, cultura y adaptaciones doctrinales, provenientes de las diversas corrientes de interpretación teológica de organizaciones cristianas (ver 2ª Tesalonicenses 2:15, 1ª Timoteo 1:3, 2ª Juan 9-10).
De acuerdo a todo lo expresado, el establecimiento del Reino de Dios en el mundo a través de la Iglesia:

• No es el ejercicio de un dominio material y político en el gobierno de las naciones (ver Juan 18:36).

• No es la erradicación total de la maldad, la corrupción y la práctica del pecado en el mundo entero (ver Mateo 24:4-12, 2ª Timoteo 3:1-9).

• No es el establecimiento del Reino de manera absoluta y global en la era presente, porque para que eso ocurra es necesario que Cristo arrebate a su Iglesia para reunirse con Él en las nubes, y posteriormente en su Segunda Venida, regresar con todos sus santos para establecer su Reino absoluto y visible en la tierra por mil años (ver 1ª Tesalonicenses 4:15-17, Apocalipsis 20:4-6).
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