en público, por lo tanto no ha sido preparado y editado como un escrito formal.
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Es una alegría volver a reencontrarnos para que las verdades de la Palabra nos sean enseñadas por el Espíritu y para que juntos reconozcamos todo lo que Dios ha preparado y tiene planeado para nuestras vidas. De verdad, es un placer y es un gusto enorme poder saber que cada uno de ustedes, en el lugar donde se encuentran, será ministrado por el Espíritu Santo para aprender lo que Dios tiene para nuestra vida, pero al mismo tiempo, para experimentarlo cabalmente.
Para comenzar, quiero que empecemos reflexionando y que pensemos, cuántas veces hemos recordado y hemos hablado de nuestro pasado con un sentido de dolor, de vergüenza, de frustración o de enojo. Solemos decir cosas como, si no hubiera hecho o dicho tal cosa, si no me hubiera ocurrido esa desgracia, si no hubiera tomado esa decisión, si pudiera regresar el tiempo...
Muchas veces añoramos el pasado como si los mejores momentos de nuestra vida hubieran quedado estancados ahí, atrás en el pasado. Expresamos frases como, antes las cosas eran de calidad, ahora prácticamente son descartables, juegos eran los de antes, ya no he vuelto a probar tal o cual comida con el mismo sabor que cuando yo era niño, las cosas ya no son como en el pasado...
Incluso hay una frase que tal vez muchos de nosotros conozcamos y recordemos, pero que la usamos mal, y es de un poeta del Siglo XV que escribió, “cualquier tiempo pasado fue mejor”, como si la mejor parte de nuestra vida se hubiera quedado atrás en ese pasado, pero la realidad es que el escritor expresó que eso es lo que le parece al ser humano, en realidad cuando se analiza bien su poema, él expresa que lo mejor es lo que aún no ha llegado.
Parece como si tuviéramos la tendencia de hacer del pasado el mayor punto de referencia para nuestra vida, desde diferentes aspectos y perspectivas, exponemos el pasado como un mundo paralelo a nuestro presente que muchas veces nos lastima, algunas otras nos encierra y en algunas ocasiones nos emociona. Pero la verdadera pregunta que deberíamos hacernos es, ¿cómo piensa Dios de nuestro pasado? ¿cuál debe ser nuestra visión de ese pasado? ¿cuál es el consejo que el Señor tiene para darnos con respecto a esto?
Para comenzar vamos a leer un pasaje que está en Isaías, el capítulo 43 y los versículos 16 al 21, dicen así:
“El Señor abrió un camino a través del mar,
un sendero por entre las aguas impetuosas;
hizo salir todo un poderoso ejército,
con sus carros y caballos, para destruirlo.
Quedaron derribados y no pudieron levantarse;
se acabaron como mecha que se apaga.
Ahora dice el Señor a su pueblo:
«Ya no recuerdes el ayer,
no pienses más en cosas del pasado.
Yo voy a hacer algo nuevo,
y verás que ahora mismo va a aparecer.
Voy a abrir un camino en el desierto
y ríos en la tierra estéril.
Me honrarán los animales salvajes,
los chacales y los avestruces,
porque hago brotar agua en el desierto,
ríos en la tierra estéril,
para dar de beber a mi pueblo elegido,
el pueblo que he formado
para que proclame mi alabanza.”
Isaías 43: 16-21 / DHH
La instrucción del Señor es clara y rotunda, ya no recuerdes el ayer, no pienses más en cosas del pasado.
Lo notable es que cuando uno mira el pasaje con atención se da cuenta que para expresar esas palabras, el Señor usó como referencia eventos que Él mismo había realizado en el pasado, ¿cómo podemos entender esto? Es decir, si hay que olvidar el pasado, por qué traer a la memoria sucesos que ocurrieron en ese pasado. Precisamente, Dios lo hace para que nos demos cuenta, que aunque lo ocurrido en el pasado pudo haber sido glorioso, ese nunca es el punto de referencia para el Señor, si lo fuera piensa en algo, Dios hubiera perdido toda capacidad de sorprendernos y desplegar su poder ahora, como lo hizo antes.
En cambio, el Señor declara que hará algo nuevo y que prontamente eso nuevo se mostrará. Por supuesto, que aquello que el Señor hizo en el pasado fue extraordinario, pero lo que viene por delante es aún mayor y sobre todo es nuevo según lo que declara la Palabra.
Aunque esto que dijo el Señor, que escribió Isaías, fue una Palabra dada a Isaías, fueron palabras y una profecía expresada en tiempos regidos por el Antiguo Pacto, es evidente, que esta Palabra manifiesta que la mente del Señor estaba puesta en el establecimiento del Nuevo Pacto.
Hay algunas referencias que nos muestran estas realidades, ¿por qué? Porque dice, por ejemplo, hago brotar agua en el desierto, ríos en la tierra estéril para dar de beber a mi pueblo elegido.
¿Qué significan estas palabras? Representan un anuncio anticipado de la presencia, la frescura y la acción del Espíritu Santo en la vida de los creyentes. Sin el Espíritu de Dios sería imposible vivir la vida que Dios preparó para nosotros, porque no hay capacidad humana que nos permita vivir como Dios quiere. Esto significa que lo nuevo de Dios siempre va de la mano de la acción y del trabajo del Espíritu en nuestras vidas.
Ahora, hay un versículo en el Nuevo Testamento que seguramente conocemos perfectamente bien, pero que necesitamos comprender espiritualmente para vivirlo a plenitud.
Lo vamos a leer, dice de esta manera:
“Por lo tanto, si alguno está en Cristo,
es una nueva creación.
¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!”
2 Corintios 5:17 / NVI
Estar en Cristo, es nuestra nueva realidad, pero esta nueva realidad es permanente.
Puede sonar extraño porque cuando uno habla de algo nuevo piensa que va a ser nuevo por un tiempo, pero a medida que pase el tiempo, ya eso no va a permanecer y mucho menos como nuevo, pero esta nueva realidad que vivimos y tenemos en Cristo, es permanente.
A veces las personas intentan experimentar realidades, buscan realidades nuevas para sus vidas que tengan la finalidad o el poder, el potencial de cambiar su presente, de transformar las cosas que están viviendo, pero descubren, con el paso del tiempo, que precisamente todos esos intentos son fallidos, ¿por qué? Porque en esas realidades que han buscado, no hay el poder para una verdadera transformación y sobre todo, no tiene la fuerza de transformar el presente que se vive.
Sin embargo, eso no ocurre con la nueva vida que recibimos de Dios.
En principio, hemos sido transformados en una nueva creación divina, estas son palabras mayores, ¿por qué? Porque Dios se ocupó en hacer una nueva creación de seres humanos, podríamos llamar, comunes y corrientes, sin nada especial en sí mismos, pero en realidad lo que nos hace especial, es que Dios formó algo nuevo en nuestro interior para crear algo que no existía antes. La transformación interior que hizo Dios con nuestras vidas es de tal magnitud que no podríamos encontrar ningún vestigio de nuestra vida pasada dentro de lo nuevo que Dios ha hecho, dentro de esta nueva naturaleza que nos ha dado.
El secreto para experimentar esta nueva vida de manera constante, es que nos mantengamos en Cristo.
Dice el pasaje que el que está en Cristo. ¿Qué significa esto entre muchas otras cosas? Porque es una expresión bastante profunda, pero podríamos resumirlo diciendo, que estar en Cristo es vivir aferrados y sustentados en Él, de esa manera, y lejos por supuesto de cualquier esfuerzo que nosotros quisiéramos hacer para alcanzar el nivel de vida que Dios nos propone, solamente de esa manera, aferrados y sustentados en Cristo, es que tendremos la seguridad de ser nuevas personas, pero no en un momento solamente de nuestra vida sino ser nuevas personas a cada momento de nuestra vida.
El hecho de ser nuevas personas en Cristo, implica dos realidades que están expresadas en el versículo.
En primer lugar, que lo viejo ha pasado, esto significa que Dios no dejó nada antiguo en nosotros cuando nos dio la vida nueva. Al mismo tiempo significa también, que nada de nuestro pasado, ese pasado que tanto recordamos, nada de nuestro pasado forma parte de nuestro presente, esto que es extraordinario borra, sobre todo, la carga negativa tan pesada que representa el pasado, es decir, ya no hay culpa, rencor, falta de perdón, tristeza, dolor o desesperanza.
En segundo lugar, que también lo expresa el pasaje, lo viejo ha sido reemplazado por lo nuevo, y esta palabra nuevo tiene un valor y un alcance que va más allá de lo que nosotros podemos imaginar, pero que necesitamos experimentar.
Es decir, esto nuevo de Dios tiene que ver con algo que es de calidad y cualidades sobrenaturales, extraordinarias y siempre se mantiene de la misma manera, aunque pase el tiempo. Es decir, no es algo nuevo como algo recién adquirido y como lo acabo de adquirir entonces puedo decir es nuevo. Pero ¿qué pasa con lo recién adquirido? Se mantiene nuevo por un tiempo limitado pero va a llegar un punto donde voy a empezar a darme cuenta que eso dejó de ser nuevo, ya no lo podría llamar nuevo, porque perdió esa frescura de lo nuevo. Sin embargo, lo nuevo de Dios tiene las mismas características el día uno y cien años después.
Es decir, la calidad, las cualidades, las características de lo nuevo de Dios en nosotros, se mantienen intactas a pesar del paso del tiempo.
Hay algo más que necesitamos resaltar con respecto a esta verdad, y es el gran protagonismo que tiene la fe como un factor, en realidad, que divide resueltamente, rotundamente y fuertemente nuestro pasado de nuestro presente.
¿Por qué estoy diciendo esto? Piensa en un momento, ¿qué efecto puede tener la fe en nuestro pasado? La fe no tiene ninguna participación en él; es decir, no hay nada que la fe pueda cambiar de lo que ya ocurrió, la fe no puede transformar una decisión que ya fue tomada, la fe no puede lograr mejorar una situación antigua que no nos gustó, ni siquiera la fe puede hacernos revivir, como si lo estuviéramos viviendo actualmente, una alegría que habíamos experimentado en el pasado.
En definitiva, la fe no es para el pasado, la fe, por el contrario, es para nuestro presente.
Observa con atención, por fe nos reconocemos hijos de Dios hoy, por fe declaramos que somos nuevas personas cada día, por fe aplicamos la obra del Señor a todas las áreas de la vida y a cada situación que atravesamos, por fe nos sentimos seguros, guardados y guiados por el Señor a cada paso, por fe sabemos que hoy vivimos para Cristo.
Esta es la profunda y extraordinaria realidad que podemos experimentar todos los hijos de Dios, podemos decir, que lo viejo ha pasado y todo es hecho nuevo, ya ha sido hecho nuevo por Dios el Padre, ¿por qué? Porque ahora estamos en Cristo.
Pero hay un versículo más que quiero que leamos, que dice de la siguiente manera:
“Porque ustedes ya han muerto,
y su vida está escondida con Cristo en Dios.”
Colosenses 3:3 / RVC
Un aspecto sumamente especial dentro de la realidad de la nueva vida que tenemos en Cristo es la muerte, y tú puedes decir, ¿cómo la muerte si estamos hablando de nueva vida? Sí, es que sin ese aspecto de muerte la vida no podría expresarse en plenitud la nueva vida que tenemos en Cristo, no podría surgir con toda la fuerza que lleva en sí misma. Por lo tanto, ¿qué se requiere de nosotros? Se requiere el reconocimiento de que ya estamos muertos a nuestra vida pasada, porque ese reconocimiento provoca que la nueva vida que recibimos de Cristo tome el protagonismo de toda nuestra existencia. Cuando reconocemos que estamos muertos para nosotros mismos y estamos muertos a nuestra vida pasada, entonces le abrimos la puerta de par en par a la nueva vida que Dios nos ha dado en Cristo y esa nueva vida se puede expresar libremente y con todo su poder.
Una de las causas por las cuales considero que nos sentimos atraídos o atacados a veces por el pasado, es que alimentamos nuestra alma con ese recuerdo, es decir, no queremos soltar aquello que nos permite tener el control y manejar las cosas a nuestra manera, porque esto es sinónimo de no reconocernos muertos. Cada vez que yo necesito alimentar en algún sentido mi alma, y con eso darle fuerza a mi yo para tomar el control y para manejar las cosas a mi manera, eso es sinónimo de que no me estoy reconociendo muerto, y al no reconocerme muerto estoy atacando de manera directa a la nueva vida que Dios me ha dado.
La verdad de Dios es que para Él ya estamos muertos, no es que vamos a estar muertos, no es que nosotros necesitamos tomar una decisión diaria de morir, es que ya estamos muertos, así nos ve Dios, muertos pero vivos en Cristo Jesús, y la realidad es que es para nuestro beneficio. Nuestro mayor beneficio es que lo reconozcamos y vivamos de acuerdo con el Señor y con lo que el Señor declara.
Cuando esto ocurre, cuando lo reconocemos, entonces descubrimos que la nueva vida espiritual está, como dice el versículo, escondida con Cristo y resguardada en Dios.
Es decir, no sólo tenemos una vida sobrenatural, esta vida está protegida, encerrada en toda la magnitud de la potencia de Cristo como Rey y Señor; y encima para sumarle, esta vida está resguardada y envuelta en un manto de protección que Dios le da.
Lo que quiero decir con esto, es que el pasado no puede penetrar en la nueva vida que tenemos en Cristo, el pasado no puede hacerle daño a esta nueva vida, el pasado no tiene el potencial de dañar lo nuevo que hemos recibido de Dios. Lo que tenemos por delante, ¿saben qué es? Un presente y un futuro gobernados por el Señor para experimentar todo lo nuevo que viene de Él y que sólo Él puede producir en su poder sobrenatural.
Amados, no importa desde qué perspectiva veamos el pasado, pero el pasado debe quedar donde pertenece, no hay nada que nosotros podamos hacer para que ese pasado mejore y con eso tener la esperanza de un presente distinto y la esperanza de un futuro mejor, es imposible, el pasado no aporta nada ni a nuestro presente ni a nuestro futuro.
Por eso, aun esperar que el pasado, por las cosas buenas que hemos vivido, nos trae un renuevo para nuestro presente y nuestro futuro, es enfocar la vida que tenemos por delante en una base, apoyarla en una estructura que tarde o temprano se va a desmoronar. En la única estructura, en la única base, en el único fundamento que nuestra vida puede estar sustentada, es en lo que Dios ha hecho a nuestro favor dándonos una nueva vida, transformándonos interiormente y haciendo todas las cosas nuevas en nosotros y para nosotros.
Por eso, debemos desalojar todo lo que tiene que ver con el pasado en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestro diálogo y en nuestro recuerdo.
Cuando empezamos leyendo, ya no recuerden el ayer, no vuelvan a pensar en las cosas pasadas, estábamos viendo el reflejo de un Dios que era consciente de que había hecho, por su nación elegida Israel, todo lo más extraordinario que Él pudiera haber hecho para que esa nación se diera cuenta que Dios, el ser más extraordinario y grandioso que puede existir en el universo, estaba de su parte. Sin embargo, llegó el momento que les diga, no recuerden ni siquiera eso extraordinario que pasó.
Es muy triste cuando nuestras alegrías, nuestros gozos, nuestras victorias, todas están apoyadas en nuestro pasado, todo tiene que ver con lo que ya pasó pero nada con lo que Dios está haciendo hoy en nuestra vida, mucho peor, es cuando el pasado nos sirve para volver a traernos al presente el dolor que alguna vez sentimos, la vergüenza que alguna vez sentimos, el rencor que alguna vez sentimos.
Amados, el pasado se debe quedar atrás donde pertenece.
Por eso, por último, quiero leer unos versículos que están reflejados en Filipenses capítulo 3 y son la segunda mitad del versículo 13 y la primera mitad del versículo 14, dice así:
“...pero me concentro únicamente en esto:
olvido el pasado
y fijo la mirada en lo que tengo por delante,
y así avanzo hasta llegar al final de la carrera...”
Filipenses 3: 13b-14a / NTV
¿Cuál es la invitación que el Espíritu Santo nos hace en este día? Es la misma, que yo creo, que le hizo a Pablo cuando escribió estas palabras inspirado precisamente por el Espíritu de Dios. La invitación es, dejar el pasado a donde pertenece, no vivir alimentándolo o alimentándonos de ese pasado, olvidar lo que está atrás para avanzar a lo que viene por delante, porque Dios tiene un presente y un futuro ya preparado para nosotros, ya hay obras que Él dispuso para nuestra vida, ya hay un plan que Dios tiene en mente y lo único que anhela es hombres y mujeres que lo amemos con todo nuestro ser para vivir en esa nueva realidad.
Por eso, lo nuevo de Dios es fresco y se renueva cada día, ¿por qué? Porque tiene que ver con lo que Dios tiene preparado para nosotros, ya no recuerdes el ayer, no consideres más el pasado, una sola cosa te queda por hacer, olvida lo que ha quedado atrás y ahora mira atentamente hacia adelante, hacia la meta que es el mismo Cristo y sigue corriendo con fortaleza y con fe la carrera que tienes por delante.
Padre, en el nombre de Jesús, te damos muchísimas gracias y oramos para que esta realidad que hoy hemos analizado conforme a tu Palabra, sea una realidad experimental para todos nosotros, tus hijos.
Señor, no queremos ni ahora ni nunca ver lo que tu Palabra dice y estar lejos de esa realidad, conocer en nuestra mente lo que tu Palabra expresa, pero estar incapacitados para vivirlo cada día.
Señor, debemos reconocer que en más de una oportunidad hacemos referencias al pasado y ese pasado pareciera tener una sombra muy pesada sobre nuestras cabezas, en muchas oportunidades ese pasado nos agobia a tal grado que pareciera que se perdió el efecto del nuevo nacimiento en nuestras vidas, pareciera que se te acabó el poder, Señor, y que ese peso tan nefasto del pasado estará sobre nosotros hasta el último día que estemos sobre la Tierra.
Pero esto no tiene nada que ver con tu realidad para nosotros, esto no tiene nada que ver con lo que Tú has preparado y planeado para nuestras vidas. En realidad, somos nosotros mismos los que provocamos que el pasado tenga tanta influencia sobre nuestro corazón y sobre nuestra mente.
Hoy queremos renunciar al pasado y olvidarnos de él, delante de ti decir que no queremos recordar más ese pasado, haya sido triste, haya sido vergonzoso o haya sido aún alegre, feliz o hasta glorioso, eso ya quedó atrás, ahora hay algo nuevo que Tú tienes preparado para nuestra vida y queremos enfocarnos hacia adelante, hacia la meta que es Cristo, a quien anhelamos alcanzar y abrazar con todo nuestro ser, experimentar en plenitud toda la esencia de la nueva naturaleza que Tú nos has dado y vivirlo cada día.
Por eso, nos declaramos como Tú ya nos has declarado Señor, estamos muertos, ya hemos muerto y ahora no necesitamos volver a vivir a través del pasado porque nuestra verdadera vida es Cristo en nosotros.
Te agradecemos Señor, porque has hecho algo extraordinario en nuestras vidas, porque lo que viene por delante es nuevo cada día, a cada minuto, a cada momento.
Señor abre los ojos de nuestro entendimiento para que podamos ver y experimentar, todos los días, lo nuevo que has preparado para nosotros, queremos caminar solamente en lo que Tú tienes dispuesto y no queremos mirar hacia atrás, volver hacia atrás, recordar el pasado para que ese pasado vuelva a tener control de nuestro corazón, no queremos alimentar el deseo de nuestra alma y no queremos, mucho menos, tomar el control de nuestra vida por causa del pasado.
Señor, somos tuyos y Tú tienes derecho de gobernar absolutamente nuestro presente y encaminarnos hacia nuestro futuro.
Te alabamos, te honramos, te damos a ti, como siempre queremos hacerlo, toda la gloria que solamente te pertenece a ti.
Gracias Señor, por hablarnos, gracias por enseñarnos, gracias Señor por borrar de nosotros el pasado y hacer algo absolutamente nuevo en nuestras vidas.
Te bendecimos y te damos toda la alabanza y toda la adoración de nuestro ser, te agradecemos y te amamos con todo nuestro corazón, en el nombre de Jesús.
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