¿Qué hacer cuando todo tiembla?
D. Dardano, D. Cipolla, H. Cipolla
18 de January de 2010
El texto contenido en esta página es solo un "bosquejo"
de lo expresado verbalmente en público.
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Este título es descriptivo de una realidad; pero no se circunscribe exclusivamente a una realidad externa relacionada con los hechos que suceden y que podemos ver, sino también a una realidad interna, el estado interior de las personas, cuando hay “temblor” dentro de cada una de ellas.
A partir del 12 de enero de 2010, Haití ha sido el centro de atención mundial debido al saldo de destrucción y muerte que dejó el terremoto ocurrido en ese país.
Pánico, incomprensión, temor, incertidumbre, preguntas sin respuestas, son el común denominador de un gran porcentaje de la sociedad mundial. En medio de este panorama desolador, la Iglesia de Jesucristo debe “entender los tiempos” y actuar con sabiduría del Señor.




1. PROFECÍA AÑO 2009:

En la palabra profética AÑO 2009 SEÑAL DE LOS TIEMPOS, el Señor habló acerca del cambio de la naturaleza de los tiempos. Al observar que desde inicios del  año 2010 se está confirmando este cambio con fríos extremos, nevadas destructoras en diferentes partes del mundo, la catástrofe acontecida en Haití, y sucesos semejantes a éstos, podemos afirmar que el mundo entero seguirá experimentando muchos sucesos extraordinarios como el Señor lo anticipó. No obstante, el hecho más relevante para nosotros como Iglesia del Señor no es detenernos en lo que vendrá, sino conocer cómo Dios quiere que actuemos a favor de la humanidad.




2. CÓMO INTERPRETAR LOS SUCESOS MUNDIALES:

Puede existir un debate en nuestra mente para tratar de establecer si las catástrofes y desastres ocurridos y los que seguirán ocurriendo, responden a juicios de Dios o no.
Es habitual asociar juicio con la ejecución de un castigo. A fin de corregir esta asociación errónea es necesario definir lo que es un juicio. Para hacerlo, es preciso aclarar que utilizamos el término juicio de manera amplia e inclusiva, para referirnos a todo el procedimiento legal que se lleva a cabo con una causa y que incluye tanto el PROCESO en sí mismo, como la SENTENCIA dictada por el juez. Con base en esta afirmación, definimos juicio de la siguiente manera: Proceso por el cual un juez evalúa una causa y analiza las pruebas que le han sido presentadas, con el fin de pronunciar la sentencia, fallo o veredicto que corresponde; este dictamen puede ser favorable o desfavorable para el acusado.
Aunque parezca que esta idea de juicio es exclusiva de la justicia practicada en tribunales humanos, es el mismo procedimiento que utiliza Dios al analizar las acciones de los hombres, evaluarlas, y pronunciar una sentencia.

a)   NOÉ – Génesis 6:5-7, 11-12 (NVI):
Estos pasajes describen con claridad que Dios estableció un juicio sobre la humanidad. No obstante su juicio no fue algo arbitrario y sin fundamento, sino la consecuencia de la maldad y perversión del hombre de manera continua.
El v. 3 muestra que en un instante “Dios cambió la naturaleza de los tiempos del hombre”, acortando su existencia en la tierra a un máximo de 120 años.
Una vez concluido el diluvio, cuando Noé salió del arca y ofreció ofrenda al Señor, se observa que Dios tomó una decisión soberana en su corazón acerca del futuro de la humanidad, al decir: “…Aunque las intenciones del ser humano son perversas desde su juventud, nunca más volveré a maldecir la tierra por culpa suya. Tampoco volveré a destruir  a todos los seres vivientes, como acabo de hacerlo”(Génesis 8:21, NVI).
La sola mención de esta declaración divina nos permite establecer que independientemente que Dios es soberano para determinar juicios, Él asume el compromiso de no volver a maldecir la tierra por causa de la maldad del hombre, ni tampoco a destruir por completo a todo los seres vivientes.

b)  NÍNIVE – Jonás 1:2; 3:1-4, 5-10 (NVI):
En el caso de Nínive, se muestra nuevamente que cuando Dios establece un juicio lo hace con fundamento, ya que toda la ciudad se había entregado a la maldad.
Es notable observar que cuando Jonás fue a Nínive a declarar la Palabra que el Señor le ordenó (3:3-4), el rey reconoció la maldad del pueblo y no se atrevió a demandar atrevidamente que Dios “debía perdonarlos” (3:9), sino que en actitud humilde esperó la decisión del Señor sin importar cuál fuera. El resultado fue que al arrepentirse de corazón e implorar misericordia de Dios, recibieron su perdón y el levantamiento del juicio (3:10).

c)   LA JUSTICIA DE DIOS:
Tomando como base lo expresado anteriormente, es evidente que el corazón de Dios busca el bienestar y la salvación del ser humano, lo cual certifica el Espíritu por boca del profeta Ezequiel al decir: “¿Acaso creen que me complace la muerte del malvado? ¿No quiero más bien que abandone su mala conducta y que viva? Yo, el Señor, lo afirmo. Si recapacita y se aparta de todas sus maldades, no morirá sino que vivirá”(Ezequiel 18:23, 28, NVI).
Al repasar el Antiguo Testamento y observar al Señor ordenando a su pueblo destruir a los idólatras y a cuantos lo rechazaron, se pudiera creer que el Dios que nos describe el Antiguo Testamento no es el mismo que presenta el Nuevo Testamento. ¿Será esto así?
La respuesta es un CONTUNDENTE NO. Dios es amor; ahora bien, cuando Él ama no puede ignorar o hacer a un lado su justicia. Por esta causa desde antes de la fundación del mundo, Dios mismo ideó un plan a fin de satisfacer su justicia con respecto al pecado. Ese plan fue enviar a Jesucristo a la Tierra para castigarlo como si Él mismo fuera pecado, a fin de condenar al pecado en su cuerpo, llevando en sí mismo el pecado del mundo entero (ver Isaías 53:5-6, Romanos 8:3, 2ª Corintios 5:21).
Aunque la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo sucedió en un período determinado de la historia humana, su obra trasciende ese tiempo específico, porque fue realizada a favor de todos los seres humanos de todos los tiempos.
Sobre esta base, la Palabra afirma que Jesucristo tiene autoridad para juzgar tanto a los vivos como a los muertos (ver Hechos 10:42; 17:31; 2ª Timoteo 4:1; 1ª Pedro 4:5-6, NVI). Resulta evidente que el sacrificio de Jesús fue realizado a favor del mundo entero y de todas las edades.
Es por esta majestuosa y trascendente obra de amor inimaginable que la justicia de Dios fue satisfecha, y por la cual el ser humano no es destruido por el Señor.
Juan 3:16-19, 36 (RVR60): Aunque parezca redundante, es importante notar que la justicia de Dios, es “justa”. Dios puso todo de su parte para que el hombre fuera salvo; sin embargo, quien rechaza a Jesucristo y la manifestación del amor de Dios a través de su obra, está eligiendo condenarse a sí mismo, quedando bajo la ira de Dios. De este modo se certifica que DIOS ES AMOR, y todo acto de juicio que el Señor establece proviene de su justicia pura, y es LA CONSECUENCIA POSTERIOR a la decisión deliberada del ser humano de entregarse a la maldad y despreciar lo que Dios le ofrece.

d)  PRINCIPIO IRREFUTABLE:
Romanos 1:18-23, 25; 2:14-16 (NVI): Cuando Dios creó al ser humano puso en él sus principios, equipándolo convenientemente y otorgándole un “instinto espiritual” (conciencia), para evitar que cayera en prácticas idolátricas que lo desviaran del Dios verdadero, y perdiera por esa causa la comunión con Él.
Estos pasajes bíblicos ratifican que “…lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, PUES ÉL MISMO SE LO HA REVELADO” (v.19, énfasis añadido), de manera que “…nadie tiene excusa” (v. 20).
Este irrefutable principio de Dios evidencia que, es inaceptable que el ser humano pretenda excusarse diciendo que no encontró al Dios verdadero porque no le fue predicado el Evangelio, o porque es “víctima” de las tradiciones espirituales y religiosas que sus antepasados le enseñaron a practicar y honrar, o bien por afirmar que es ateo. Un ejemplo patente de que Dios se ha dado a conocer al ser humano es Abraham, que siendo originario de Ur de los Caldeos en donde se practicaba el politeísmo, supo desechar “otros dioses” y encontrar al Dios verdadero SIN NECESIDAD DE QUE NADIE LE PREDICARA ACERCA DE ÉL.

e) Por todo lo expuesto, no dudamos que Dios establece juicios para determinar una sentencia hacia las acciones del ser humano. Ahora bien, más allá de que el Señor decida establecer un juicio particular, el ser humano siempre sufrirá LAS CONSECUENCIAS de sus decisiones. Aunque una situación determinada no ocurriera a causa de un juicio de Dios, de todos modos las acciones humanas siempre tendrán sus consecuencias. Es posible que al mismo tiempo que el ser humano esté sufriendo por el pago de sus acciones, sea objeto de un juicio de Dios recibiendo una sentencia desfavorable, pero es necesario entender que ambas cosas son la CONSECUENCIA de su maldad.
Cuando una sociedad rechaza al Señor, la misma queda a expensas de su elección y de las consecuencias que vendrán sobre ella, porque esa decisión la conduce a abrazar como “su dios” al mismo diablo. ¿Qué podemos concluir? Que sin importar si las personas se alejan de Dios consciente o inconscientemente, acarrearán las consecuencias de haberse entregado al destructivo gobierno del diablo. Satanás es muy mal pagador; Jesús lo expresó claramente cuando se refirió a él y a su obra destructiva, diciendo: “El ladrón no viene sino para matar, hurtar y destruir” (Juan 10:10a, RVR60).





3. ENTENDIENDO LO QUE VENDRÁ:

Isaías 24:20-21 (NVI): Está determinado por Dios que la tierra va camino a una destrucción cada vez mayor y el peso de su pecado la alcanzará, ya que aún el ejército de Satanás y los orgullosos reyes de la tierra serán juzgados por el Señor.
Lo que estamos observando actualmente son señales, muestras de lo que sufrirá el mundo de aquí en adelante. Ante todo lo que está sucediendo y sucederá podemos caer en un peligroso juego, procurando desarrollar una sabiduría intelectual improductiva y necia, que trata de interpretar el por qué de todas las cosas, aun los más profundos designios divinos.
1ª Corintios 13:2, afirma que aunque el Señor nos diera el privilegio de recibir una revelación que nos facultara para determinar si lo ocurrido en cualquier nación es un juicio de Dios o no, lo importante para nosotros no radica en procurar tener ese conocimiento, sino en saber expresar el amor del Señor de manera evidente en la Tierra, como hijos de Dios.

QUÉ HACER COMO IGLESIA DE JESUCRISTO




4. EL ESPÍRITU CORRECTO:

Una de las reflexiones más sobresalientes que pudiéramos hacer es: ¿Cuál es nuestro papel como hijos de Dios, ante el sufrimiento de las naciones como consecuencia de su rechazo al Señor? ¿Debemos ayudarlas? Si lo hacemos, ¿no estaremos interfiriendo en los planes del Señor?

Hay un relato que describe una experiencia de Jesús con dos de sus discípulos, cuando Él no fue recibido en Samaria, el cual expresa: “Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces volviéndose Él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lucas 9:54-56, RVR60).
Erróneamente, Jacobo y Juan concluyeron que por la actitud de no recibir a Jesús, los samaritanos eran merecedores de una manifestación de la ira de Dios, por la cual debían ser aniquilados. Lo que Jesús confronta en sus discípulos no es su forma de actuar, sino “el espíritu que los impulsaba a obrar así”, porque no reflejaba el amor de Dios y la demostración del Reino de los Cielos en la tierra. Por tal razón, el mismo Jesús finaliza su reprensión enseñándoles que Él no había venido a perder las almas de los seres humanos sino a salvarlas. Aún siendo discípulos y apóstoles, Jacobo y Juan ignoraban a qué espíritu pertenecían y por ello no podían manifestar a Dios correctamente. Debemos ser conscientes de que hay un inmenso dolor en el corazón del Señor por toda clase de sufrimiento humano.
Jonás 4:9-11 (RVR60): Este relato nos permite ver un cuadro de lo que significa no saber “de qué espíritu somos”.
Hay al menos dos aspectos en Jonás que son trascendentes. El primero, era su condición de ENVIADO (APÓSTOL), y el segundo su condición de PROFETA, porque fue a Nínive enviado por Dios con una palabra profética de juicio contundente y determinante. Sin embargo, su condición de apóstol y profeta no lo libró de estar equivocado en su espíritu, mente y actitud. Aunque el éxito de Jonás al predicarle a Nínive fue tan rotundo que toda la ciudad se arrepintió, Jonás no capitalizó ese poderoso hecho para permitir que su espíritu, mente y actitud fueran transformados por el Señor a fin de ser la expresión de su corazón. Era el triste reflejo de un apóstol y profeta que estaba inhabilitado para reflejar correctamente a Dios. Fue el mismo Señor quien debió enseñarle a Jonás cómo es el Espíritu de Dios y cuán grande es su misericordia.




5. EXCLUSIVO PARA HIJOS:

Cuando Jesús impartió lo que podríamos denominar “el primer seminario de Reino”, allí estaban presentes la multitud y los discípulos (ver Mateo 5:1, RVR60).
Todos oyeron al Señor cuando comenzó diciendo: “Bienaventurados…”(Mateo 5:3). Precisamente, esa “primera palabra” expresada por el Maestro, describe el estado permanente que podrían experimentar y disfrutar todos aquellos que se ajustaran a las condiciones que Jesús estaba estableciendo, y no solamente se conformaran con oír sus palabras.
En ese tiempo como en el presente, cualquiera que anhela ser “bienaventurado” tiene que conocer que para llegar a serlo, el Señor dispuso parámetros insustituibles y lo hizo en un orden específico. De manera que la primera condición no puede ser ignorada o pasada por alto; por el contrario, es la “puerta” irreemplazable y fundamental para entrar al Reino de Dios. Esta condición es ser “pobres en espíritu”.
Un pobre en espíritu es aquel que se reconoce pecador y admite su necesidad profunda de Dios, ya que no puede valerse por sí mismo y clama por el perdón divino. Ese perdón aplicado a su vida lo constituye en un hijo de Dios y le permite ingresar al Reino de los Cielos. De esta manera, se convierte en un discípulo de Cristo, y como tal es un verdadero “bienaventurado”, porque está completamente facultado para practicar cada una de las enseñanzas del Señor.




6. LA MISERICORDIA DEL REINO:

En el ejemplo de Jonás antes analizado, se hace evidente que en él estuvo ausente el espíritu de misericordia que debió impulsarlo. En contraposición a la experiencia de Jonás, Jesús enfatiza la importancia de la misericordia al decir: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5:7, RVR60).
Es como si el Maestro buscara rescatar el espíritu que debiera haber estado presente en Jonás, y que debe caracterizar a todo hijo del Reino.
Al definir misericordia de manera práctica, podemos afirmar que es un sentimiento de amor y bondad hacia aquellos que sufren y que se hace patente en actos bondadosos. Witness Lee lo resume así: “Ser justo es dar a alguien lo que merece, mientras que ser misericordioso es dar a alguien más de lo que merece”.
Cualquier persona puede realizar actos de misericordia, pero la verdadera misericordia sólo la pueden ejercer los hijos del Reino, porque ellos han experimentado la misericordia de Dios hacia sus vidas, y por esa causa pueden ser misericordiosos con otros.
Mateo 9:9-13 (RVR60): Los fariseos se sentían molestos por la convivencia de Jesús con los publicanos. Ellos estaban ciegos para poder ver que el acto de Jesús hacia los cobradores de impuestos, era en verdad un acto de misericordia.
¿En qué radicaba la ceguera de los fariseos? En que ellos se consideraban “tan justos y sanos”, que no podían comprender que su prójimo (cada publicano y pecador) necesitaba un acto de misericordia que lo sanara y no un acto de juicio que lo condenara.
En síntesis: Juzgar a los necesitados en vez de mostrarles la misericordia de Dios, es religiosidad.




7. JUSTICIAS OPUESTAS:

Mateo 5:20 (RVR60): Jesús establece una relación estrecha entre la justicia y el Reino de Dios. Él destaca rotundamente que: “…si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.Quiere decir entonces que la entrada al Reino de Dios tiene una “puerta” llamada justicia, y que sin la práctica consciente de esa justicia que el Señor demanda de sus hijos, no existe “puerta” para entrar al Reino.
Es importante hacer notar que para la sociedad judía de ese tiempo, la justicia practicada por los fariseos era el más alto modelo a seguir. Sin embargo, Jesús les enseña a sus discípulos que debían aspirar a una justicia mayor, porque la de los fariseos no era el parámetro adecuado. Esta afirmación de Jesús era impactante, porque echaba por tierra lo que la gente consideraba como el más alto nivel de justicia.
Es por esta realidad que Jesús contrasta la justicia practicada por los fariseos, con la justicia que deben practicar sus discípulos. Los fariseos cumplían rígidamente con la ley de Dios, por ende la justicia que ellos practicaban consistía en actos justos y rectos de acuerdo a su criterio, los cuales mostraban públicamente. Al ajustarse “al texto de la ley”, ellos aparentaban ejecutar los preceptos divinos, haciendo lo correcto pero no desde un corazón correcto. Para los fariseos, hacer justicia era un fin en sí mismo. Jesús es categórico en afirmar que quien practica esta justicia, NO ENTRARÁ al Reino de los Cielos.
Por el contrario, la justicia que practican los hijos del Reino es MAYOR, porque es la evidencia de que la naturaleza de Dios vive en ellos, y que sus actos de justicia provienen de su amor a la justicia y de procurar el bienestar de su prójimo. Esta clase de justicia no se satisface con el sólo cumplimiento de acciones justas, sino que SOBREABUNDA en la demostración palpable del amor del Padre a través de sus hijos y además los muestra como merecedores del Reino de Dios.
El nivel de justicia que entendían y practicaban los fariseos era algo “meramente externo”, producto de una interpretación humana de la ley divina, por la cual limitaban el verdadero significado de hacer justicia a la “realización de acciones justas”. En cambio, la justicia del Reino de Dios es totalmente diferente, ya que lleva implícito que quien realice acciones de bondad, en lo íntimo ame la bondad; quien realice acciones santas, ame la santidad; quien obre a favor del prójimo, ame al prójimo.
Hebreos 1:8-9 (NVI), confirma que “el Hijo” amó la justicia y odió la maldad. Por ende, “los hijos” manifiestan ser tales porque aquello que poseen en la profundidad de su interior se refleja en lo exterior, ya que sus obras provienen de amar la justicia y aborrecer la maldad, demostrando así que poseen la misma esencia de la naturaleza del Hijo.
Siempre hemos enfatizado la trascendencia de nacer de nuevo del Espíritu porque es vital para entrar al Reino de Dios. Pero sumado a esto, el entendimiento espiritual se expande al vislumbrar que la puerta de entrada al Reino se abre por medio del nuevo nacimiento y la práctica sobreabundante de la clase de justicia que demuestra nuestra calidad de hijos de Dios.




8. NO HAY OTRA MANERA:

Lucas 6:27-28, 36 (RVR60): Es parte de la amplia enseñanza del Reino que Jesús estaba impartiendo, y de la cual podemos extractar algunos principios fundamentales para aquellos que tenemos el privilegio de ser hijos de Dios:

 

  • AMAR A LOS ENEMIGOS
  • HACER BIEN A LOS QUE NOS ABORRECEN
  • BENDECIR A LOS QUE NOS MALDICEN
  • ORAR POR LOS QUE NOS CALUMNIAN (MALTRATAN)
  • SER MISERICORDIOSOS

Amar, hacer bien, bendecir, orar y ser misericordiosos, son principios fundamentales del Reino cuya trascendencia es tal, que aún deben ser aplicados a favor del enemigo más acérrimo.
La práctica constante de estos principios no se debe a una conducta aprendida, sino que por ser hijos semejantes al Padre, fluye naturalmente.

¿Cómo actúa el Padre celestial para con todos los hombres, aun para con los malos e injustos? La respuesta es sencilla y a la vez poderosa: “…hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45). Esta manera de obrar de Dios, para la mente humana es imperfecta porque parece injusta, pero para Dios es perfecta porque manifiesta su naturaleza. Por esta razón, Jesús exige a sus discípulos que sean perfectos como su Padre celestial (ver Mateo 5:48).
Los hijos no son “perfectos” debido a un esfuerzo humano por practicar estos principios sino por la semejanza con el Padre, a través de la cual proyectan su vida y sus obras. Es importante notar que Jesús considera hijos sólo a aquellos que son y actúan como el Padre celestial, porque al actuar así demuestran que la naturaleza que los habita y por la cual viven y obran es PERFECTA.

Siendo conscientes de que Efesios 2:8-9 expresa: “…por gracia sois salvos por medio de la fe… NO POR OBRAS, para que nadie se gloríe” (RVR60, énfasis añadido), entonces pareciera haber una contradicción con la expresión de Jesús: “…para que seáis hijos de vuestro Padre” (Mateo 5:45, RVR60), referida a la necesidad de hacer obras. Sin embargo, en estas dos verdades no existe nada contradictorio.
Es cierto que la condición de hijos de Dios se recibe por gracia por medio de la fe en Jesucristo, pero igual de cierto es que se demuestra a través de las obras. Si la práctica de estos cinco principios está ausente en la vida de alguien que se considera un hijo de Dios, está engañado y su condición de hijo es “teológica” pero no experimental, por lo tanto no es genuina. Lo expresado por Jesús no permite atajos o atenuantes ya que NO HAY OTRA MANERA de manifestar la filiación divina.

No existe mejor resumen que el expresado por el mismo Señor, al decir: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (Mateo 5:16).


DANIEL DARDANO
DANIEL CIPOLLA
HERNÁN CIPOLLA
Ministerio Apostólic-Profético “Generación en Conquista”

 

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