en público, por lo tanto no ha sido preparado y editado como un escrito formal.
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2 Timoteo, capítulo 3, desde el versículo 1, yo lo voy a leer en la Nueva Versión Internacional. Dice así la Palabra:
"Ahora bien, ten en cuenta
que en los últimos días vendrán tiempos difíciles.
La gente estará llena de egoísmo y avaricia;
serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos,
desobedientes a los padres, ingratos, impíos,
insensibles, implacables, calumniadores,
libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno,
traicioneros, impetuosos, vanidosos
y más amigos del placer que de Dios.
Aparentarán ser piadosos,
pero su conducta desmentirá el poder de la piedad.
¡Con esa gente ni te metas!"
2 Timoteo 3:1-5 / NVI
Esta descripción del Apóstol Pablo, por el espíritu de los últimos tiempos, se darán cuenta que es muy actual, parece que Pablo se hubiera remontado en el espíritu al Siglo XXI, y viendo lo que estaba pasando hubiera escrito lo que escribió, porque es como si estuviera describiendo estos días, los momentos, los días que hoy estamos viviendo.
Ahora, ¿cuál es la característica principal que uno nota de esta descripción, lo que en realidad puede englobar todo lo que sigue diciendo todo ese listado que Pablo habla?
Y yo lo resumiría con las primeras palabras que él dice en el versículo 2, dice; La gente estará llena de egoísmo y avaricia... en otras versiones por ejemplo dice, que habrá hombres amadores de sí mismos, o amantes de sí mismos.
La característica primordial en estos tiempos, en el mundo en el que vivimos, es que la gente es egoísta, que la gente busca todo para sí misma.
Ahora, cuando un lee cuidadosamente el pasaje de lo que acabamos de leer, se da cuenta que en realidad, Pablo no estaba hablando del mundo exterior. Miren, en el versículo 5 dice, Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad. ¡Con esa gente ni te metas!
Pablo no está hablando del mundo que nos rodea, Pablo está hablando de gente que está dentro de la Iglesia con una apariencia de amar, de honrar, de vivir para Dios, de servir al Señor, pero que en realidad, es una fachada que está tratando de esconder lo más íntimo y la intención más profunda. Por eso, si usted sigue leyendo el pasaje, se va a dar cuenta lo que sigue diciendo, no lo vamos a hacer ahora, pero usted lo puede hacer en casa.
Ahora, lo que esto nos muestra a nosotros, es que cuando nosotros hablamos de egoísmo, hablamos de ser amantes de uno mismo, no podemos solamente pensar en el mundo que se pierde sin Cristo, tenemos que pensar que ésa es una característica humana, y que tristemente, también el diablo aprovecha toda oportunidad para meterla dentro de la Iglesia y cautivar el corazón y la mente de algunos, y en vez de vivir para Dios, a pesar de escuchar la verdad, a pesar de saber lo que Dios quiere de ellos, comienzan a vivir para sí mismos, y por vivir para sí mismos, no sólo acarrean muchos problemas personales, sino que traen problema y problemas a los que lo rodean.
Ahora, esta apariencia de piedad lo que esconde es, acciones que niegan el poder de la piedad, sus acciones verdaderas, las intenciones más profundas, hablan más fuerte que la apariencia, las acciones y las intenciones profundas que están ocultas ante una apariencia, están demostrando que pareciera que no hay poder en vivir para Dios, pareciera que es inútil entregarse a Cristo y vivir para Él, pareciera que no sirve de nada tener una vida dedicada a Dios.
Ahora, ¿por qué estamos leyendo esto? Porque cuando uno se da cuenta de esta realidad, lo que se da cuenta también, es que una persona con esta característica, siempre será una persona, déjenme decirlo así, ingobernable. Una persona que es egoísta y que se ama a sí misma, es una persona que jamás nadie la puede gobernar, por una sola razón, porque el egoísta ha declarado quién es ya su dios, y es él mismo, o ella misma.
Quiere decir, que aunque tengo una apariencia de piedad, lo más importante que está demostrando con sus acciones, es que ya ha declarado que él o ella son su dios, y que entonces Dios no lo puede gobernar ni lo va a gobernar.
Cuando traemos esto a la realidad de lo que hoy vivimos, tristemente nos damos cuenta que muchas veces dentro de la Iglesia tenemos acciones, actitudes, palabras, pensamientos, que hablan más fuerte que lo que aparentamos ser. Es decir, podemos aparentar amar a Dios con todo nuestro ser, pero siempre va haber algo que es más fuerte, que va a terminar determinando y dictando lo que realmente mueve nuestro corazón. Si hay egoísmo, déjeme decirle que va a ser imposible que más tarde o más temprano no se manifieste, el egoísmo siempre, de una manera o de la otra, se manifiesta.
Ahora, vayamos por favor a Filipenses, el capítulo 2, y hoy precisamente comenzábamos la reunión aquí en Miami haciendo referencia a este pasaje. Filipenses capítulo 2, yo voy a leer desde el versículo 5 hasta el versículo 8; y lo voy a leer en la Versión Reina Valera Actualizada, dice así:
"Haya en ustedes esta manera de pensar
que hubo también en Cristo Jesús:
Existiendo en forma de Dios,
él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse;
sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres;
y, hallándose en condición de hombre,
se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz."
Filipenses 2:5-8 / RVA
El apóstol Pablo, por el Espíritu, nos está animando, nos está instando a tener algo particular. Y la palabra literal... y ésta es una de las razones por la cual elegí esta versión, aquí dice, esta manera de pensar, literalmente, debiera decir: esta mentalidad... Haya en ustedes esta mentalidad que hubo también en Cristo Jesús. Es decir, Dios sabe de qué estamos hechos, Dios sabe el proceso que hemos vivido y pasado, Dios sabe lo que Él ha hecho por nosotros con una transformación absoluta a través de la vida de Cristo, pero también, Dios conoce que hay algunas cosas en particular que dependen de nosotros.
Dios sabe que nos ha dado todo lo que necesitamos para honrarlo y para vivir para Él, pero también, Él sabe que hay algunas cosas que siempre van a depender del ser humano y no pueden depender de Él. Se lo voy a poner de esta manera, si Dios nos hubiera dado esta manera de pensar, Pablo jamás, por el Espíritu hubiera escrito estas palabras.
Présteme atención a lo que le estoy diciendo, parece que lo que digo es bastante raro y yo le voy a decir por qué. Porque me parece que estoy leyendo algunas mentes... ¿pero cómo, no dice la Palabra que tenemos la mente de Cristo? Sí, dice la Palabra que tenemos la mente de Cristo, es verdad, pero dice también que llevemos cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo, porque sin ese ejercicio de nuestra parte, la mente de Cristo nunca se puede activar.
Con ese mismo parámetro, el Espíritu Santo nos dice hoy, y le dice a la Iglesia en todos los tiempos, tengan ustedes, haya en ustedes esta misma mentalidad que hubo en Cristo Jesús.
Ahora bien, antes de meternos a cuál es esa mentalidad, yo solamente quiero hacerle referencia, y vuelvo a decir como dije antes, no lo vamos a leer, pero usted lo puede leer en casa, si usted lee desde el versículo 1 se va a dar cuenta que el contexto de lo que estamos leyendo, está referido a lo que ocurre dentro de la Iglesia, en la comunión de unos con otros, el poder mirar a los demás como superiores, el considerarlos de una manera especial.
Ahora bien dentro de ese contexto, entonces, el Espíritu nos dice, tengan esta misma manera de pensar, esta misma mentalidad que hubo, que tuvo, nuestro Señor Jesucristo. ¿Cuál fue? Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse.
Primero, Jesús tenía todo el derecho a considerar su condición divina para aferrarse a ella y evitar unos cuantos malos momentos, sobre todo diría yo, el peor de los momentos, que era el de la muerte, porque Él podría haber hecho uso de su derecho de ser Dios.
Le voy a decir una característica del egoísmo humano, hacemos uso de derechos que ya no nos corresponden, hacemos uso de derechos que creemos que tenemos pero en Cristo ya no los tenemos.
Cada vez que tú y que yo, nos aferramos a algo que yo digo, yo puedo tomar esto, yo puedo hacerlo valer, entonces empieza a haber un cortocircuito en la mentalidad. Ahí está la mentalidad de Cristo queriendo funcionar pero, por mi derecho, yo estoy obligando a mi mente a tomar otra mentalidad.
Por lo general, eso nos suele pasar no con las cosas malas, obviamente con las cosas buenas, claro, porque las malas son muy evidentes, aunque déjeme decirle, cuando ya llegamos a cierto nivel de egoísmo, aún nos aferramos a las malas y las terminamos viendo buenas, ¿está bien? Pero la mayoría de las veces nos aferramos a cosas que consideramos buenas. Esto en mí no tiene nada de malo, entonces, yo voy a hacer uso de mi derecho a aprovechar esto que tengo, la mentalidad de Cristo fue no considerar que era igual a Dios como aprovecharlo para aferrarse a eso. Lo desechó.
Sigo, sino que se despojó a sí mismo.
Estoes algo así, que si lo quisiéramos explicar, cómo vaciarse de todo, vaciarse de todo, casi me atrevería a decir como desnudarse, es como si yo dijera, me molesta la ropa que tengo puesta para lo que Dios quiere de mí y me la empiezo a quitar, y me quedo sin nada.
No hay nada que me cubra, no hay nada que me proteja, según mi entendimiento, no hay nada a lo cual yo me pueda aferrar o yo pueda tomar para mi provecho o mi beneficio, no tengo nada porque me quité todo de encima, me despojé de todo.
Sigo, tomando forma de siervo, literalmente, esclavo.
Es decir, que una vez que desechó la posibilidad de aferrarse a su condición de Dios, una vez que se vació de todo, Él decidió tomar forma de esclavo.
A ver, entienda esto, no está hablando tomar forma de hombre, eso ahora va a llegar de otra manera, no, no, no. Antes de hablar de ser hombre, está diciendo que tomó forma de esclavo.
Si usted comprende, cuando en casa lea los versículos anteriores y cuando usted lea por el Espíritu y bajo este entendimiento, considerando a los demás como superiores a ustedes mismos, usted va a comprender. Si yo no tomo forma de esclavo, no puedo considerarlo a usted, considerarte a ti como superior, jamás lo lograré.
Déjeme decirle, yo sé que estamos leyendo un pasaje por todos conocidos, podríamos casi decirlo de memoria, pero una cosa es lo que tenemos acá en la cabeza, y otra cosa es meterse por el Espíritu a la realidad de lo que Cristo tuvo que vivir como Dios, para que esto entonces, ahora sea un modelo, lo digo así, de mentalidad para la Iglesia.
Hay un modelo de mentalidad para la Iglesia y éste es el modelo de mentalidad para la Iglesia.
Ahora, no estoy quitando con eso que la Iglesia está en la Tierra para conquistar, que la Iglesia está en la Tierra para heredar todo lo que el Señor le ha dado en cuanto a personas que necesitan a Cristo; pero déjeme decirle esto, la mentalidad que la Iglesia necesita es ésta, no puede haber una mentalidad de conquista si no está esta mentalidad que hubo en Cristo Jesús, es imposible.
Cristo no hubiera podido conquistar nada si no hubiera tenido esta mentalidad, ¿está entendiendo?
No se puede conquistar si no tenemos esta mentalidad.
Sigue diciendo, haciéndose semejante a los hombres.
¿Ve? Primero se consideró esclavo, para entonces entender que ahora iba a tomar la misma forma que tú y yo tenemos, se iba hacer como cualquiera de nosotros.
Y sigue diciendo: y, hallándose en condición de hombre, en esta condición, se humilló a sí mismo.
Es decir, pareciera que ya había llegado a lo más bajo, ¿qué más se puede bajar si ya te consideraste esclavo, y siendo Dios y no aferrándote a esa condición de Dios, te hiciste hombre? ¿A dónde más se puede llegar? ¿a dónde más? A tomar una determinación que va a regir tu propósito en la Tierra. Yo me voy a humillar a mí mismo delante de mi Dios.
Se humilló a sí mismo; pero ahora vea la manera de humillarse, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
¿Cómo demostró la humillación? Porque si aquí dijera se humilló a sí mismo, punto, nos faltaría algo, nos faltaría esencia, nos faltaría la motivación de esa humillación, nos faltaría aquello que impulsó al Señor a estar dispuesto a humillarse hasta lo más bajo.
Se humilló y lo demostró en una obediencia absoluta al Padre que lo llevó a la muerte en la cruz.
Quiere decir, que cuando ustedes ahora lean nuevamente los evangelios, cada vez que ustedes lean las palabras de Jesús diciendo por ejemplo, yo no he venido a hacer nada por mí mismo, lo que veo hacer al Padre eso hago, yo no he venido a hacer mi voluntad, he venido a hacer la voluntad del que me envió, yo no hablo por mi propia cuenta, todo lo que oigo decir al Padre es lo que digo... cada vez que usted lea esas palabras, vaya a Filipenses y recuerde la mentalidad que hubo en Jesús, porque si no recordamos la mentalidad, parece que es Dios diciendo, yo vengo a hacer la voluntad del Padre.
¡Qué vivo! Diríamos en Argentina, ¡qué piola, eso es fácil! es fácil, si es Dios cómo no va a hacer la voluntad del Padre, es Dios.
No, Él desechó su condición de Dios, para que como hombre, hiciera la perfecta voluntad del Padre. ¿Se da cuenta que es diferente? Para eso se tuvo que armar de una mentalidad.
Ahora, esa dependencia de Jesús al Padre, como se da cuenta no fueron sólo las palabras que leemos en los evangelios, fueron acciones concretas que están descritas por el Espíritu, a través de la pluma de Pablo en esta carta a los filipenses.
Vaya por favor, a Hebreos, el capítulo 5, voy a volver a leer en la Nueva Versión Internacional, y vamos a leer desde el versículo 7, dice así:
"En los días de su vida mortal,
Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas
al que podía salvarlo de la muerte,
y fue escuchado por su reverente sumisión.
Aunque era Hijo,
mediante el sufrimiento aprendió a obedecer."
Hebreos 5:7-8 / NVI
Deténgase ahí, primero quiero hacer una aclaración muy simple, cuando dice, en los días de su vida mortal, no me gusta mucho la palabra mortal que decidieron usar, estoy usando esta versión porque luego les voy a explicar, pero entienda, en su vida terrenal, cuando estuvo en la Tierra, ¿está bien? en los días de su vida como hombre en la Tierra, dice aquí queJesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte.
¿De qué está hablando? Está hablando de aquellas oraciones que también vemos reflejadas en los evangelios, cuando Jesús sabía que le faltaba poco para que lo vinieran apresar y que de verdad lo iban a condenar, iba además a ser crucificado para morir.
En ese momento, creo que todos lo sabemos, ora al Padre por tres veces, dicen los evangelios, pidiéndole que si era posible para el Padre hiciera pasar ese trago amargo que Jesús tenía que vivir, que hubiera alguna otra opción, por tres veces.
A ver, según lo que nosotros estamos entendiendo, Jesús actuó como cualquiera de nosotros hubiéramos actuado, ¿qué quiero decir? Ante el dolor más profundo, ante la circunstancia más adversa, ante una necesidad de nuestro corazón de pasar por ese rato tan difícil que sabemos que vamos a pasar, ¿qué hacemos? Empezamos a clamar al Padre.
Padre, no quiero vivir esto, líbrame de esta situación, si hay alguna manera sácame de este asunto porque me doy cuenta que lo voy a atravesar, y no quiero, no sé si voy a ser capaz de aguantar lo que viene por delante, ya no quiero más, líbrame.
Cualquiera podría entender que ésta es una oración egoísta.
Volvemos al principio, Jesús tuvo un ratito de egoísmo, un ratito nada más y se pareció, en ese ratito, a cualquiera de nosotros.
Mire, yo no se lo voy a responder, pero el Espíritu ya lo respondió en la Palabra, porque dice acá, y fue escuchado por su reverente sumisión,
Déjeme decirle que esa palabra sumisión es correcta, en la Versión Reina Valera usted va a leer temor revente, en algunas otras versiones usan la palabra piedad, pero en el original la palabra sumisión, es una palabra correcta.
Quiere decir, que el Padre en ese momento no dijo, ay Jesús, voy a esperar acá un rato hasta que se te pase, hasta que dejes de protestar, hasta que te dejes de quejar conmigo, hasta que dejes de llorar por el asunto, Tú antes de ir a la Tierra sabías para qué te mandaba, entonces terminemos con esto lo más rápido posible, ah, voy a aguantar.
Primera oración, Ok, ¿qué te voy a responder Jesús? No te puedo responder, así pensaríamos nosotros que Dios hubiera hecho.
Segunda vez que ora, ay Jesús, otra vez, otra vez vienes con la misma cantinela, ya olvídate del asunto, hay que morir.
Tercera vez, ¡otra vez más! ¿Qué le voy a decir?
¿Sabe qué dice la Palabra? Que Jesús fue escuchado por el Padre, ¿qué fue lo que escuchó el Padre? ¿Que Él no quería morir? No. Escuchó la determinación del corazón del Señor que estaba firme, intacta en su interior a pesar de que había llegado el momento, y ¿cuál era esa condición? Una reverente sumisión.
Entonces, ahora déjeme decirle, cuando vemos las características del egoísmo de amarse a uno mismo pero tratamos de meter esas características a nuestra vida en Cristo, no sólo que empiezan los choques, lo peor es que empiezan conflictos internos que nos hacen desviar de las decisiones más profundas que hemos tomado en nuestras vidas para con Dios.
Cuando nosotros damos lugar a ese tipo de cosas, lo que nos pasa es que olvidamos, y nos convencemos a nosotros mismos que habíamos decidido honrar a Dios y vivir para Dios el resto del tiempo.
Ahora sí quiero decirles algo, esta clase de sumisión que vemos en Jesús, ésa está dentro nuestro, ésa vino con el paquete cuando recibimos la vida de Cristo, esa clase de sumisión nos fue otorgada por el Padre, porque sería imposible que no tuviéramos esa sumisión y llamarnos Iglesia o llamarnos hijos de Dios, es imposible, no se puede ser hijo de Dios y no se puede ser miembro del cuerpo de Cristo si no existe tal sumisión, porque la Iglesia si no está sumisa y sujeta a Cristo no es Iglesia. La sumisión es parte del paquete.
Entonces, si en Cristo estuvo esa sumisión, en nosotros debiera estar, ¿dónde está el problema? Lo mismo que en la mentalidad, es en aquellas cosas que empezamos a pensar y nos desvían de nuestras determinaciones más profundas para con Dios.
Cuando nosotros olvidamos lo que hemos decidido en nuestro corazón de pertenecer al Señor, de ya no ser más nuestros, de que Él tuviera todo el derecho en nuestras vidas, de que Él siempre tendría la primera y la última palabra; y entonces por las circunstancias, empezamos a pensar egoístamente y a defender derechos, que en realidad ya no tenemos, entonces nos desviamos de esas decisiones más profundas y ahí es cuando viene nuestro conflicto, ahí es cuando hacemos oraciones que, en realidad, Dios no puede responder.
Es decir, no es que Dios no puede escucharnos y no nos puede responder cuando estamos atravesando un problema y vamos al Señor con el dolor que conlleva ese problema, claro que Él nos escucha, pero lo que tiene que escuchar, primero el Señor, es en nuestro corazón la decisión de seguir siendo personas sumisas, reverentemente sumisas, no voy a decir una palabra, no voy a expresar nada, no voy a dar lugar en mi mente a algo que esté fuera de esa sumisión. Y lo que expreso dentro de la circunstancia que estoy viviendo, lo expreso al Señor, sabiendo que estoy sujeto a Él y que el Señor puede decidir lo que Él quiera en esa situación.
Por eso dice después, aunque era Hijo, con mayúscula, porque está hablando del Hijo de Dios,mediante el sufrimiento aprendió a obedecer.
Y uno dice, a ver, a ver, si era Hijo, estamos hablando de Jesús, yo pensaría que Jesús traía la obediencia incorporada, cuánto no daríamos los padres para que nuestros hijos nacieran con la obediencia incorporada, ¿no? Tipo, no sé, un aparato electrónico, ¿no? Que uno dice, quiero más agudos y le mueve la perillita nada más, ¿no? Entonces, quiero a mi hijo súper obediente, le moeves la perillita, ah me dice todo que sí, ¡qué lindo!
Uno pensaría que Jesús era así, la obediencia está incorporada, ¡es Jesús! ¿Cómo Jesús va a tener que aprender a obedecer al Padre? En mi cabeza no cabe, pero en la cabeza de Jesús y del Padre sí cabía.
Pero además, hay algo que todavía para nosotros es peor, tuvo que aprender a obedecer a través del sufrimiento, ahí está dónde tenemos el problema, claro, porque tú dime que yo necesito aprender pero hazme el camino fácil para que yo aprenda, entonces, estoy dispuesto a aprender, pero dime que tengo que aprender y ponme el camino más difícil que yo ya me la veo venir y sé cuánto voy a sufrir, y te voy a decir, tú estás siendo malo conmigo, tú estás siendo injusto conmigo, a ti se te está pasando la mano, tú no tienes corazón. Pero lo más lindo de este asunto es que sin decírselo, se lo estamos diciendo con nuestra actitud al Señor, ése es el problema.
Ahí está la diferencia de orar como oró Jesús, con dolor, pero con una reverente sumisión y orar al Señor con dolor, pero bajo el criterio del egoísmo, ¿se da cuenta? Ahí está la diferencia.
Bajo el criterio del egoísmo sabe que voy a terminar diciéndole al Señor, aunque no se lo digan mis palabras, se lo va a decir mi actitud, Tú eres injusto, esto a mí no me puede estar pasando, no tienes derecho a hacérmelo.
Le voy a decir por qué estamos tratando todo esto, porque hay una preocupación que, no sólo yo tengo, la compartimos con el equipo ministerial, cada vez más los creyentes, los hermanos en Cristo se rebelan más contra la autoridad, cada vez más consideran la injusticia de la autoridad, y cada vez menos percibimos una obediencia, lo voy a decir así, a ciegas, y no me voy a meter tanto con la obediencia, porque en un ratito nos vamos a meter un poquito más con la obediencia.
Hay una gran falta de entendimiento de autoridad, y creo que eso sí le venía de fábrica a Jesús, como Jesús había estado en ese lugar de autoridad, Él tenía toda la dimensión de lo que Dios como autoridad es, toda la dimensión.
Entonces, como hombre tomó la determinación de ir hasta lo más bajo con tal de no perder nunca su reverente sumisión a la autoridad de su Padre, jamás, pase lo que pase, pase lo que pase, aunque no lo entienda, aunque lo tenga que sufrir, aunque veo que se acerca, de todas maneras, acá adentro hay algo que está intacto y ni el diablo lo puede robar.
Yo me humillé a mí mismo, dijo Jesús, para mantener una reverente sumisión a mi Padre.
Sólo quiero decirle, que es imprescindible el sufrimiento que nos lleva a aprender la obediencia, y obediencia como la señal más poderosa de que estamos sujetos a la autoridad.
¿Usted quiere tener una señal verdadera de que somos hombres y mujeres sujetos a autoridad? La señal más poderosa, y nos lo demuestra la vida de Jesús, es la obediencia.
Yo le doy gracias al Señor, al Espíritu Santo, por mostrarme esto que muchas veces leí, de verdad muchas veces leí, pero una cosa es cuando uno lo lee y uno tiene el conocimiento y el entendimiento, pero otra cosa es cuando creo que el mismo Espíritu nos lleva a sufrir ciertas cosas, y entonces luego te trae otra vez a la memoria la Palabra. Cuando te la trae a la Palabra, tú la ves con otros ojos porque ya estás pasando por el sufrimiento, entonces ahora descubres algo que nunca antes te habías dado cuenta.
Mira, tú puedes decir que estás sujeto a autoridad, tú le puedes hablar bonito a tu autoridad, tú puedes decirle, dime o dígame todo lo que quieres que yo haga, yo lo voy a hacer, tú puedes inclinarte, tú puedes lustrarle los zapatos, pero la señal más poderosa de que hay sumisión en nuestros corazones es la obediencia. Obediencia.
Tráelo otra vez a la realidad natural, práctica de todos los días, papá y mamá, cuando tu hijo te dice que está sujeto a ti pero no te obedece, ¿tú confías que está sujeto a ti? Dime la verdad, cuantas veces, y mis hijos no me pueden dejar mentir, yo me he sentado con ellos a decir, tú me contestas bien y me dices lo correcto y todo pero viste esto que hiciste, esto me demuestra que no estás sujeto a mi autoridad, que a la hora de la hora, estás haciendo lo que te parece a pesar de que ya hablamos del asunto y yo te dije algo concreto. Cuando llegó el momento hiciste algo diferente, ¿de qué me sirvió que me dijeras, no, no, no papi, yo lo voy a hacer, lo que me estás diciendo yo lo voy a hacer? De verdad lo voy a hacer.
No lo vamos a leer pero, ¿sabe qué me traía el Señor anoche a la memoria? La parábola que Jesús habló del padre con los dos hijos, que le dijo a uno que hiciera algo y ese le dijo, no, no lo voy a hacer y al otro le dijo que lo hiciera y le dijo sí lo voy a hacer, pero el que dijo no lo voy a hacer, la Palabra es extraordinaria, el Espíritu es extraordinario, dice, que luego arrepentido fue y lo hizo.
¿Se da cuenta? Se arrepintió, ¿de qué, de las palabras que dijo? De la actitud.
Porque la sumisión no son palabras, es una actitud que está aquí adentro, yo con las palabras puedo decir mil cosas pero siempre habrá una actitud que va a hablar más fuerte que mis palabras, y luego mis acciones van a estar de acuerdo con mi actitud, no con mis palabras.
Ese hijo empezó diciendo, no lo voy a hacer y luego, evidentemente estando solo, se arrepintió fue y lo hizo; el otro hijo, sí papá lo voy a hacer y jamás hizo lo que el padre le había pedido, ¿se da cuenta? Es mucho más profundo de lo que nosotros pensamos, porque es una cuestión interna. Y por eso, yo antes le dije, hay cosas que no dependen de Dios, hay determinaciones que nos corresponden a nosotros.
Vaya a Colosenses, el capítulo 3 y el versículo 3, quiero aclararle que estamos leyendo pasajes de la Palabra, que creo que conocemos bastante bien la mayoría de nosotros.
Colosenses 3, versículo 3, yo vuelvo a leer en la Nueva Versión Internacional, dice de esta manera:
"Pues ustedes han muerto
y su vida está escondida con Cristo en Dios."
Colosenses 3:3 / NVI
Otra vez, pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios.
A ver, en este caso, si usted se da cuenta, el Espíritu no nos está instando a hacer algo, ¿usted se está dando cuenta? Cuando leemos Filipenses nos instaba a tener la misma mentalidad que hubo en Cristo, ahora no nos está instando, ahora está declarando algo sobre nosotros y lo único que puedo decir es lo que dice la Palabra, que todo lo que Dios dice, es sí y es amén.
Está diciendo aquí, ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios.
Entonces yo debo decir que, legalmente hablando, espiritualmente hablando, conforme a toda la obra que el Espíritu Santo ha hecho gracias a lo que Cristo logró por nosotros, nosotros estamos muertos y hemos vuelto a la vida porque hemos resucitado espiritualmente con Cristo y con Cristo estamos escondidos en Dios. ¡Esa es una realidad!
Ahora fíjese esto, ¿por qué ésta tiene que ser, debe ser, una realidad? Porque no podría haber nada en nosotros que nos pudiera dar la fuerza para vivir la vida espiritual como Dios quiere, no podría haber nada, usted búsquele algo suyo personal, algo privado, algo íntimo, una característica, deme alguna referencia, no sé, de su temperamento, de su carácter, de lo que usted quiera, usted búsquele pero hasta por debajo de la cama, no va a encontrar, ni una sola característica en ninguno de nosotros que tenga la capacidad de vivir la vida espiritual que el Señor nos ha dado, no se puede, es imposible, es imposible.
Por eso, el Espíritu tiene que hacer la declaración, no lo puede dejar a nuestro criterio, tiene que declarar lo que ocurrió, para que entonces, esta Palabra traiga fe a nuestro espíritu y vivamos por ella y nos sepamos cada día, muertos y escondidos con Cristo en Dios.
Ahora, definitivamente, sólo por la muerte pudimos experimentar la nueva clase de vida espiritual, si no morimos es imposible recibir la vida espiritual que el Señor nos otorga.
Se lo vuelvo a repetir, yo sé que la mayoría que están aquí o están escuchando, ya han pasado de muerte a vida como dice la Palabra, es decir, esa muerte espiritual marcada por una naturaleza de pecado ahora fue transformada para recibir la vida del Señor, si no hay muerte no se puede recibir la vida de Dios, no puede convivir la vida humana en las fuerzas naturales, no estoy hablando de la vida física, ¿está bien? La vida humana, espiritualmente hablando, no puede convivir con la vida espiritual y llevarse bien y lograr el objetivo espiritual que Dios quiere, sería imposible. Entonces, se necesita morir para poder vivir la vida del Señor.
Ahora, esa vida del Señor que recibimos, es la misma vida resucitada de Cristo llena de poder, y es la vida que nos gobierna por medio del Espíritu Santo. Pero yo aquí quiero mostrarle por lo menos, dos aspectos trascendentes que el Espíritu traía a mi corazón, a mi mente y a mi espíritu.
El primero, es que por estas palabras, se puede ver que las palabras de Jesucristo cuando Él le hablaba a la gente caminando por la calle, son una gran verdad y son el fundamento de esto que ahora estamos leyendo, ¿a qué palabras me refiero? Jesús dijo, si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.
Lo que está diciendo es, perdón eh, muérase cada día, manténgase en la decisión de estar muerto y en esa condición de muerto, síganme; porque en esa condición de muerto se va a expresar la vida que Yo dentro de poco les voy a dar por mi sacrificio por ustedes, ésa es la primera verdad.
Por eso, yo alabo al Señor de que nosotros como Iglesia, o iglesias bajo la autoridad del Ministerio, no seamos ignorantes de los principios fundamentales del evangelio del Señor, ¿sabe por qué? Porque ninguno de nosotros podrá decirle al Señor, cuando lo veamos cara a cara, que no lo sabíamos.
Amados, el evangelio es el evangelio, el amor de Dios por la humanidad es el amor de Dios por la humanidad, el sacrificio de Cristo es el sacrificio, su muerte es su muerte, su resurrección es su resurrección, que Él está sentado a la diestra del trono de Dios, está sentado a la diestra del trono de Dios. Pero a todo eso, usted y yo, no le podemos quitar que para ser discípulo de Cristo, nos debemos negar a nosotros mismos, si se lo quito, todo lo demás no hace ninguna diferencia, no tiene efecto en nuestras vidas.
Por eso volvamos al principio, déjeme traerlo por momentos, cuando vamos por el camino del legalismo, del egoísmo, perdón, de amarnos a nosotros mismos, ¿sabe qué estamos haciendo? Dándole vida otra vez a todo lo demás que estaba muerto, y cuando le damos vida a lo que estaba muerto, ahora lo que no tiene efecto es la vida de Cristo que habíamos recibido, ¿se da cuenta? Sólo por mantenernos muertos la vida de Cristo tiene poder todos los días, sólo por eso.
La segunda cosa, el segundo aspecto que muestran estas palabras, es que estas decisiones, lo vuelvo a repetir, dependen de nosotros y no del Señor.
El Señor ya hizo lo que tenía que hacer, para el Señor estamos muertos y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Mire, como Dios es el gerenciador de la fe, cuando Él nos ve, nos ve a través de la fe, Él conoce las penurias más escondidas de nuestro corazón, las conoce, pero en realidad siempre nos ve escondidos con Cristo en Él. Ésta es la realidad de Dios, a Dios no lo vamos a poder engañar, porque Él así nos ve, porque Él nos ve a través de la fe.
Ahora, el asunto no pasa por Dios, el asunto pasa por mí, cuando yo me olvido de esta realidad, cuando vuelvo a aferrarme a algo que hace mucho tiempo atrás yo dije, no me aferro a nada más, nada mío, nada más, yo ya no me aferro vivo para Dios, me desnudo de todo lo que me arropaba, me quito de encima todo lo que me enredaba, todo lo que me cubría, todo lo que me tapaba, ahora estoy desnudo, ahora decido ser esclavo del Señor, ahora voy a vivir para Él y ahora me voy a humillar cada día para hacer su voluntad.
Cuando yo, por un momento, le doy lugar al egoísmo y me olvido de esa realidad, Dios no tiene el problema, el problema lo tengo yo. ¿Cuál es mi problema? Que empiezo a ver en el transcurso de mi vida de todos los días que algo de lo espiritual no está funcionando. No funciona. Y sigo leyendo la Palabra y sigo orando, sigo asistiendo, sigo activo, si me dejan decirlo de esa manera, sigo activo, espiritualmente, pero yo sé dentro mío que algo no funciona, no funciona.
Lo que no funciona, es que hace un ratito yo decidí darle lugar al egoísmo, y anulé con mis acciones y determinaciones más profundas todas las decisiones que hace tiempo, mucho tiempo, había tomado delante del Señor.
Quiero seguir leyendo, Hebreos 13: 17, lo voy a leer en la Reina Valera Actualizada, otro versículo demasiado conocido, Hebreos 13:17 dice:
"Obedezcan a sus dirigentes y sométanse a ellos
porque ellos velan por la vida de ustedes
como quienes han de dar cuenta;
para que lo hagan con alegría y sin quejarse
pues esto no les sería provechoso."
Hebreos 13:17 / RVA
Déjeme leerlo una vez más:
"Obedezcan a sus dirigentes y sométanse a ellos
porque ellos velan por la vida de ustedes
como quienes han de dar cuenta;
para que lo hagan con alegría y sin quejarse
pues esto no les sería provechoso."
Y en realidad, no es que no les sería provechoso a los dirigentes, no nos sería provechoso a nosotros, déjeme hacerle la aclaración.
Ahora, ¿cómo empieza el versículo? Obedezcan a sus dirigentes.
Otra vez permítame traer a Jesús a la escena, empezamos leyendo prácticamente que Jesús fue obediente hasta la muerte, y yo le dije, que la obediencia es la señal más poderosa de nuestra sumisión a la autoridad de Dios.
Se lo voy a decir, obedecer, es hacer lo que me piden, de la manera que me lo piden.
Se lo vuelvo a repetir:
Obedecer es hacer lo que me piden de la manera que me lo piden.
La obediencia no conlleva, ni opinión, ni razonamiento, ni alternativa, ni segundo camino, ni segundas vueltas, ni un voto postergado, no, no, no.
La obediencia es, escuché lo que se me dijo y lo hago exactamente de la manera que se me dijo. Y ahí usted se va a dar cuenta, realmente, cuánto entendemos de la autoridad espiritual.
Ése es el grave problema de este tiempo, por eso digo, Pablo lo escribió hace dos mil años, aproximadamente, parece que se hubiera sentado en la oficina con nosotros a hablar de estas cosas y que recién ahí hubiera dicho, muchachos, el Espíritu Santo me está diciendo que escriba una carta, ¿sabe por qué? Porque el diablo se está encargando de minar los corazones de los hijos de Dios para vivir en egoísmo y desconocer la autoridad.
Cuando yo escuché, de la autoridad, una palabra lo único que me corresponde es hacerlo, no hay más opción. Toda vez que yo escucho esa dirección y luego me voy para empezar a razonarla, para empezar a discutir conmigo mismo, para presentársela al Señor y decirle, Señor me parece que la autoridad aquí se equivocó. ¿Ve? Yo sé que malos ejemplos hay a montones, yo sé que las autoridades nos equivocamos tremendamente, pero déjele el error a la autoridad y a Dios, atrévase a obedecer aunque esté mal lo que le digan, mantenga su reverente sumisión al Padre a través de la obediencia a ciegas a su autoridad.
Ése es el problema de hoy, nadie está dispuesto a obedecer a ciegas, casi nadie está dispuesto a decir, esto es, esto es lo que hago, no digo más, no opino más, no razono más, esto es, esto es lo que hago porque mi autoridad representa a Dios.
Y yo sé que está hablando de los dirigentes, pero déjeme decirle algo, tenemos autoridad espiritual en varios ámbitos. Así que, llevémoslo a la casa dentro de la familia, llevémoslo a la Iglesia, al cuerpo de Cristo, llevémoslo a un ministerio en particular en el cual estamos sirviendo al Señor, llevémoslo a diferentes ámbitos, estoy hablando de autoridad espiritual que representa de manera directa a Dios, no estoy hablando del policía, aunque también hay que respetarlo, ¿está bien? Porque a veces una autoridad de ese tipo me quiera hacer obedecer algo que, obedeciéndolo a él, desobedezco a Dios, yo estoy hablando de una autoridad espiritual.
Hoy tenemos un grave problema, y es que la Iglesia se siente con el derecho a opinar toda dirección que viene por boca de sus autoridades espirituales, y así le está yendo a la Iglesia.
¿Es una decisión de Dios? No, claro que no. Todo lo que Dios ha preparado para nosotros está ahí, está ahí, está dispuesto, lo podemos aprovechar y lo podemos tomar, pero ¿qué decisiones estamos tomando hoy? ¿Las mismas que tomamos desde el principio, o nuestro egoísmo está tomando un lugar y estamos desconociendo la autoridad espiritual, y estamos anulando la sumisión al Padre?
Los últimos versículos que quiero leer están el 1 Pedro, y el capítulo 5.
1 Pedro, capítulo 5, voy a leer en la Nueva Versión Internacional, y leo los versículos 5 y 6, otros versículos muy conocidos, dicen así:
"Así mismo, jóvenes, sométanse a los ancianos.
Revístanse todos de humildad en su trato mutuo,
porque «Dios se opone a los orgullosos,
pero da gracia a los humildes».
Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios,
para que él los exalte a su debido tiempo."
1 Pedro 5: 5-6 / NVI
Primero, aquí se ratifica el sometimiento a las autoridades, en especial le habla a los jóvenes, no sé será porque en la edad de la juventud tenemos mucha energía, muchas ideas, nos llevamos el mundo por delante y a veces estuchamos algo que dijo el viejo éste y… está fuera de época; no pero si lo hacemos de esta otra manera va a salir mejor el asunto, ¿no?
Digo, que le hable a los jóvenes no significa que para nosotros, los más grandecitos, esto no es una realidad, ¿está bien? No le echemos la carga a los jóvenes solamente.
Pero luego dice, revístanse todos de humildad en su trato mutuo, porque en el trato mutuo si no hay humildad, jamás puedo ver la autoridad de Dios en la Iglesia.
Mire, nos encanta ver la autoridad de la Iglesia cuando se trata de luchar contra las huestes de maldad, cuando se trata de tomar terreno, de conquistar, de predicar el evangelio, nos encanta declarar la autoridad de la Iglesia, pero no nos gusta tanto declarar la autoridad de la Iglesia, cuando el que se me sienta al lado me dice tres verdades de parte del Espíritu, y yo digo, y a éste qué bicho le picó y con qué derecho se cree a decirme eso.
Ah, ahí la iglesia perdió su autoridad, ya dejó de ser iglesia este fulano, porque se atrevió a mí a decirme lo que me está diciendo, es más, hasta lo catalogo de un juez injusto porque considero que me está juzgando equivocadamente, y por eso me dice lo que me está diciendo.
¿Ve? Para eso nos olvidamos de que la Iglesia es autoridad, no se olvide nunca, Iglesia es igual a Cristo, eh. No se olvide nunca, Iglesia es igual Cristo, Cristo no podría ser Cristo si no hay Iglesia, eh, usted ya lo estudió, ya lo revisó, vaya otra vez a Equipamiento, y repase tantas veces como sea necesario, pero Iglesia es igual a Cristo, somos el cuerpo de Cristo, somos Cristo en este mundo.
Quiere decir, que cuando estamos sentados en medio de la iglesia estamos bajo la autoridad de la Iglesia. Por eso, la iglesia puede ministrar lo que el Espíritu Santo le dé y puede hablar lo que el Espíritu Santo le dé; y claro que un hermano puede acercarse conmigo a decirme que estuvo orando y que el Espíritu Santo le mostró algo, o puede escucharme decir algo equivocado y puede corregirme, si yo hubiera o estuviera diciendo algo mal, mañana voy a tener a dos personas que se sientan en una oficina conmigo a decirme, Hernán, ayer te equivocaste, porque corresponde, corresponde, esto no es un asunto personal, ¿por qué se la agarraron conmigo? No, corresponde que yo no diga una barbaridad, ¿se da cuenta?
La autoridad de Cristo está en la Iglesia, así que, cuando la iglesia habla, habla desde la autoridad del Señor.
Ahora, ¿cuál es el problema? Cuando la iglesia se pone en el plan de egoísta, mira por lo suyo propio, ve lo que le interesa, hace uso de sus derechos personales, entonces, ya no hay sumisión reverente a la autoridad del Señor, ¿qué pierde la iglesia? La autoridad que el Señor le concedió.
Por eso dice, vuelvo a leer, Revístanse todos de humildad en su trato mutuo.
¿Y por qué? Porque «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes».
Ahí está la diferencia mi amado. Es más, tú puedes tener una extraordinaria Palabra del Señor para un hermano en Cristo, pero si no estás revestido de humildad no va a tener efecto y le vas a hacer un daño a tu hermano; y lo peor, es que Dios se va a oponer a ti porque lo estás hablando desde un escalón más arriba.
Es más, esto es tan delicado, fíjese, es tan delicado que aún a aquellos que el Señor nos ha concedido autoridad espiritual sobre la Iglesia, no podemos olvidarnos de esta verdad.
Si yo por ser autoridad, digo, ah como yo soy autoridad de la Iglesia y soy parte del ministerio, yo te voy a decir ahora hasta de lo que te vas a morir, y me tienes que escuchar y a hacer caso, ¿por qué? Porque soy tu autoridad, Dios dice, eso que viene desde el orgullo voy a hacer que ese hermano no lo tome en cuenta, y a ti te resisto, me opongo a lo que estás hablando y a lo que estás diciendo, ¿por qué es mentira? No, porque lo estás haciendo desde un espíritu incorrecto, ése no es mi Espíritu, esto es muy delicado porque todos estamos metidos en la misma bolsa.
Pero luego dice, Humíllense.
Ya no está hablando de humildad, está hablando de humillarnos, así como leímos en Filipenses que nos decía cómo se humilló el Señor, humíllense pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo.
Pero, a ver, ¿qué significa que él nos exalte? Que nos ponga por encima y todos nos miren y nos aplauden y dicen, wow, ¡qué tremendo! A cuánto llegó, y pensar que yo lo vi nacer en Cristo a éste, ¿usted piensa que eso es que Dios nos exalte a su debido tiempo? No, esta exaltación siempre estará relacionada a que seamos lo que tenemos que ser en Cristo, y ocupemos el lugar que está destinado para nosotros.
Con eso quiero decir lo siguiente, si tú tienes una palabra profética, por ejemplo, para cualquiera de los cinco ministerios, estás en este camino. Dios te está viendo allá desarrollando ese ministerio, pero al mismo tiempo te está viendo acá, ¿y cómo te está viendo acá? Que seas una persona que cada día se humilla bajo la poderosa mano de Dios.
Entonces, ¿qué dice el Padre? Va por buen camino, va llegar a lo que Yo estoy viendo allá, pero desde el orgullo se empieza a alejar la meta, hay más distancia, ¿por qué? Porque el espíritu no es el adecuado, no es el mismo Espíritu que habitó en Cristo.
Mire, la Palabra por el Espíritu, es un extraordinario rompecabezas, extraordinario, porque cuando usted encuentra la ficha, usted dice, wow, cuánto me costó encontrar, pero ahora, perfecto.
Jesús le dijo a los suyos, que el que quería ser el más grande, el primero, tenía que aprender a servir; éstas son transmisiones de espíritu que Jesús nos hizo, nos transmitió su mismo Espíritu. Por eso, el Espíritu de Cristo es un Espíritu que se humilla delante de la autoridad del Padre, y ése es el Espíritu que debe estar en cada uno de nosotros.
Amados, creo que nosotros sabiamente, y por el Espíritu, tenemos que hacerle frente a lo que el diablo está queriendo levantar en medio de la Iglesia.
¿Qué quiero decir con esto? Que nosotros no podemos darle lugar a nuestro egoísmo, no podemos darle lugar a nuestros pareceres, no podemos darle lugar a nuestro dolor humano, no podemos darle lugar a nuestro orgullo, no podemos darle lugar a nada de eso porque seguiremos diciendo mucho acerca de la Iglesia, pero seguiremos dando vueltas, estaremos dando vuelta en las mismas cosas.
Pero estoy convencido, que todo lo que el Señor quiere para nosotros, está casi para tocarlo con la punta de los dedos, está ahí, todo lo que Él ha prometido, todo lo que Él nos ha encargado conquistar, está para tocarlo con la punta de los dedos, ahí nomás. Pero el Padre hoy nos está alertando, y al mismo tiempo nos está instando, a que no tengamos el espíritu del mundo pero sí tengamos el Espíritu de Cristo.
Que nos rija la misma mentalidad que rigió a nuestro Señor, y que de ahí no nos apartemos, sin apartarnos de ahí veremos que lo que está casi por agarrarse lo tomaremos, y no lo tomaremos para nosotros, lo tomaremos para el Señor, porque todo lo que tomemos es de Él y para Él; y seguiremos a la próxima meta y a tomar lo próximo que el Señor tenga por delante.
Así que lo único que quiero que hagamos es que oremos al Señor, cada uno en lo personal, en lo privado, en la manera que quiera hacerlo, en la posición que quiera hacerlo, como usted quiera, pero oremos cada uno al Señor para reconocer delante de Él todo indicio de egoísmo que está nublando nuestra visión espiritual, está opacando el Espíritu de Cristo en nosotros, que nos está haciendo desconocer la autoridad espiritual, la autoridad de Dios, de Dios mismo, en las autoridades espirituales sobre la Tierra, y aún en la misma Iglesia; y que entonces volvamos a la esencia, a la base, al fundamento, a movernos en el mismo Espíritu que Cristo tuvo y que nos marque la misma mentalidad de Jesús.
Señor, queremos darte muchas gracias en este día por tu Palabra y sobre todo por tu Espíritu, porque tu Espíritu siempre nos habla en una profundidad que nos permite entender aquello que tal vez, o por lo menos lo digo en mi caso, por tiempo estuvo escondido.
No estuvieron escondidas las palabras, no estuvieron escondidos los principios, lo que estuvo escondido es la esencia de lo que Tú me querías mostrar.
Y hoy te alabamos por tu Espíritu, porque lo único que puede revelarnos esto a nuestro espíritu es tu Espíritu, yo no tengo la capacidad de hacerlo, mis palabras o mi manera de exponer el mensaje, Padre, de eso no depende; por eso, yo oro para que el Espíritu Santo le revele a tu Iglesia en este día, de lo que Tú estás hablando, que sea tu Espíritu Señor, que va más allá de estas palabras o de esta grabación de este video.
Tu Espíritu no tiene ni tiempos, nadie lo detiene, nadie lo frena, tu Espíritu hace las cosas aunque nadie vea este video, porque es tu Espíritu. Y hoy nos sujetamos todos bajo la unción del Espíritu, bajo la gracia de tu Espíritu, bajo la autoridad de tu Espíritu para que podamos ver en nuestra vida, la misma esencia y la misma mentalidad que marcó a Jesús, nuestro Señor.
Padre, no queremos desconocer aquello que nos has dado, sabemos que la mente de Cristo está en nosotros, sabemos que hemos muerto y así nos ves, sabemos que hemos resucitado con Cristo, Padre, y estamos escondidos en ti, lo sabemos, es una realidad para ti, pero en el transcurso de nuestra vida vamos permitiendo cosas, vamos cambiando las fichas de lugar, vamos dando lugar a pensamientos, vamos permitiendo que el egoísmo, que la inseguridad, que la falta de identidad, que cualquier otro factor, vengan a minar nuestra mente, y entonces dejamos de pensar y de tener la misma determinación que tuvo Cristo Jesús de tal manera que Él no se aferró a nada, se despojó de todo, quedó desnudo delante de ti, Padre, ¿para qué? Para hacer tu perfecta voluntad, para cumplir aquello para lo cual lo habías mandado, y no solo eso, permitiste el sufrimiento en su vida, Padre, para que aprendiera a obedecer.
Por eso, en ese mismo sentido y bajo ese mismo Espíritu, nosotros te decimos que no queremos escaparnos del sufrimiento que viene de tu mano cuando Tú nos estás enseñando a obedecer, aunque pueda ser muy doloroso no queremos hacerlo a un costado, queremos recibirlo porque sabemos que cuando pasemos por él y aprendamos la obediencia, entonces habrá una mayor perfección de la sumisión en nuestro espíritu a tu autoridad.
Señor, no podríamos jamás como Iglesia tuya, desplegar toda la autoridad que nos has delegado si no viviéramos total y absolutamente, sujetos y sumisos a ti, es imposible.
La sujeción es la base de toda autoridad.
Por eso, Señor, hoy una vez más, renunciamos a lo humano, renunciamos a lo vergonzoso de nosotros, renunciamos a aquellos a lo cual le hemos dado lugar, lo hacemos a un lado, te pedimos que nos perdones como a aquel hijo, aunque nos hayas escuchado más de una vez decirte, no Señor, no lo vamos a hacer.
Hoy delante de ti nos arrepentimos y hacemos lo que nos estás pidiendo hacer, ¿y qué nos estás pidiendo hacer hoy? Tener la misma mentalidad que hubo en Cristo Jesús. Nos humillamos delante de ti, y nos apropiamos de esa mentalidad porque sabemos que es nuestra, que nos pertenece por herencia, por esencia, por naturaleza. Ésa es nuestra verdadera naturaleza, ya no hay lugar para nuestra naturaleza, verdaderamente ésa es la naturaleza que Tú nos has heredado, te bendecimos, te alabamos te damos toda la gloria.
Y yo declaro Señor, una Iglesia que cada día se levanta con mayor poder y autoridad sobre la Tierra, porque es una Iglesia sumisa, total y absolutamente a tu autoridad; y entonces no habrá enemigo que le pueda hacer frente, y el enemigo recordará que está vencido, simplemente por ver una una Iglesia que está puesta de pié asumiendo la autoridad que le has delegado, pero en el fondo está absolutamente rendida y humillada delante de su Dios y Padre.
Ésta es la Iglesia que se levanta en estos tiempos para hacer la tarea que nos has mandado a hacer, y para conquistar aquello que está al alcance de nuestra mano.
Gracias Padre te damos, tus palabras siempre nos vuelven al foco, al centro de tu perfecta voluntad, para que entonces, llevemos a cabo lo que Tú habías planeado, y haya resultado venido de ti. Si Jesús no hubiera pasado por esto, jamás hubiera muerto, hoy no estaríamos aquí, no existiría la Iglesia.
Señor, gracias por Jesús, gracias por su mentalidad, gracias por sus decisiones más íntimas, gracias por nunca ofenderte queriendo algo contrario a lo que era tu voluntad, gracias, porque por tener ese Espíritu y esa determinación en la intimidad, hoy existimos, hoy tenemos nueva vida y hoy somos tu Iglesia.
Te alabamos Señor, te bendecimos y te damos toda la Gloria y la honra que solamente a ti te podemos dar y a nadie más, en el Nombre de Jesús, amén, amén y amén.
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